Adiós a Carlos Masoch, un artista inclasificable
Prolífico, singular, dueño de un talento exuberante, ...
Prolífico, singular, dueño de un talento exuberante, murió Carlos Masoch a los 71 años, ayer por la noche, tras sufrir un accidente de ACV. La pintura y la radio fueron sus pasiones desde niño y, con la frase “no claudico, es mi camino” como emblema de vida, pudo cumplir ambos sueños. Muchas veces en solitario, con un camino propio, a contrapelo del mainstream. Fue además un lector empedernido, amante de la mitología.
Interpretó al recordado reverendo Douglas Vinci del mítico programa Radio Bangkok, con Lalo Mir. Corrían los años 80 cuando tuvo su pico de popularidad al desembarcar en la Rock & Pop de Daniel Grinbank, para sumarse al equipo conducido por Lalo Mir, junto con Bobby Fores y Quique Prosen. Fue entonces cuando comenzó a presentarse ante el público como el reverendo Douglas Vinci. También integró ciclos radiales como Animal de Radio, Tuttifrutti, Radio Pirado y Circo SuperPop, creó el logo de la emisora y ofició como director de arte de la revista Rock & Pop.
Masoch fue un hombre creativo en el arte y en la vida: fundó, junto con Alberto Félix Alberto y otros actores el Teatro del Sur, fue actor de obras clásicas, figurante en el Teatro Colón, escenógrafo, pasó por la pantalla chica, diseñó tapas de discos. Y nunca paró de pintar.
Además, Masoch fue protagonista del documental El camino del perro (2016), de Pablo Doudchitzky, que recorre su producción en la plástica y su pasado como animador (se lo ve en ciclos de TV, en el mundillo del rock).
Lo suyo fue experimentar sin red, gozar del proceso creativo. Esa premisa lo impulsó, por dar algunos ejemplos, a comprar una serie de óleos de una pintora de los años 40 para intervenir sus lienzos, animarse a dibujar sobre un costoso libro español de gran formato del s. XIX, y a pintar la historia argentina sobre cajas de ravioles. Siguió con una ilustración de La Divina Comedia que es una joya.
Se definió como “pintor a secas” y confesó que su pasión por el arte se desplegó desde chico, cuando vio en el Museo Nacional de Bellas Artes una pintura de Cándido López sobre la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay. Esa obra lo impactó a tal punto que cuando llegaba a su casa jugaba con los soldaditos como si fueran los cuadros de Cándido López. Empezó a pintar muy joven, con apenas 15 años.
Sus obras imponen un tiempo de acercamiento. De consideración reflexiva por el detalle, Masoch sostenía que como le faltaba un ojo, se acercaba para contemplar detalles más que para ver de lejos la pintura. Trabajaba sutilezas, pequeños guiños: hay que estar atento.
El artista Juan Andrés Videla, quien fue su amigo, lo recuerda por su “sensibilidad para poner la pintura, era como una línea de Leonardo”. “Tenía una profunda relación con el acto de pintar –dice—. Tenía la sensibilidad exquisita de un chico maravillado con el mundo: lo dice todo con candor. Su ser se expresa pintando: es como si acariciara la tela cuando pinta. Era humilde, sencillo: ver su pintura es ver su espíritu. Es conmovedor”.
Masoch era metódico y trabaja asiduamente en su producción. Le fascinaban los sitios pequeños y emergentes para mostrar su obra. Pintaba con una paleta acotada: blanco, negro, verde, marrón y un poquito de celeste. “Pintar es como una disciplina de monje: en la soledad, en la incomprensión, pasible de la risa y la burla ajena”, dijo en una oportunidad.
“Él es un mago”, dice la artista Diana Aisenberg, quien fue curadora de Objetos para la meditación y el reposo, muestra de Masoch en Microgalería, en noviembre de 2024. “Él es el exponente de la pintura por supervivencia: pintaba sobre cajas de masas, de pizzas, en envoltorios de empanadas. Lo que siempre lo sostuvo fue la pintura, su lugar de meditación, que estaba en las antípodas del mundo radial”. Y suma que en sus obras integró referencias históricas y literarias con la política y las noticias periodísticas.
El artista, gestor cultural y curador Miguel Ronsino, quien fue gran amigo suyo, lo recuerda como un “artista inclasificable”. Ronsino fue curador de la exhibición 50 / 70, en la sala Colectivo Periferia, que celebró los setenta años del artista y los cincuenta años de la fecha en la que hizo su primera exposición.
Esa muestra inauguró tras ocho años de no exhibir sus trabajos. Integró obras que realizó desde 2010 y que trabajó y abandonó por momentos. Masoch contaba que no le gustaba insistir en una misma tela. Lo suyo era más vertiginoso: buscaba creaciones memorables.
“Tenía una poética nutrida de un profundo humanismo. Era dueño de una mirada lúcida: nunca estaba desviado del camino. Su fino radar se imponía”, recuerda Ronsino de Masoch. “Era un hombre profundamente humilde, con una mirada crítica y al tiempo poética y amorosa del mundo. Además era dueño de un humor muy ácido, mordaz. Tenía la sencillez de un tipo de barrio, que se había criado en Chacarita cuando era un barrio alejado de la ciudad, agreste, y eso se ve en sus pinturas. Era un inclasificable en el terreno de la pintura”.
Para Masoch, la creación era una dimensión “inmaculada”. Abordaba sus pinturas con distintos temas que le interesaba profundizar y plasmar a su modo inquietante. Desde la pandemia había dejado la vida social y devino más recoleto, focalizado exclusivamente en la pintura.
La obra de Masoch tiene la capacidad de sumergir al espectador en un universo intimista, que interpela sin pausa, siempre inquietante. Único.
Quienes quieran despedir al artista pueden acercarse hoy, de 16 a 20, y mañana, de 8 a 10, a Av. Congreso 5252, Villa Urquiza.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/adios-a-carlos-masoch-un-artista-inclasificable-nid02042025/