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Ciencia y economía: la actividad que no necesita del tipo de cambio para ser competitiva

No es de extrañar que ningún argentino obtuviera el Premio Nobel en Economía. Pero en 1947, Bernardo Houssay obtuvo el Premio Nobel de Medicina por llegar a develar el rol de la hipófisis en la...

Ciencia y economía: la actividad que no necesita del tipo de cambio para ser competitiva

No es de extrañar que ningún argentino obtuviera el Premio Nobel en Economía. Pero en 1947, Bernardo Houssay obtuvo el Premio Nobel de Medicina por llegar a develar el rol de la hipófisis en la...

No es de extrañar que ningún argentino obtuviera el Premio Nobel en Economía. Pero en 1947, Bernardo Houssay obtuvo el Premio Nobel de Medicina por llegar a develar el rol de la hipófisis en la regulación del azúcar en sangre, lo que permitió el tratamiento de la diabetes. Fue el primer latinoamericano en recibir un Nobel en Ciencias. En 1970, Luis Federico Leloir recibió el Nobel de Química por descubrir los procesos bioquímicos que transforman los azúcares en energía. Este hallazgo permitió entender el metabolismo de los hidratos de carbono. En 1984, el Nobel en Medicina lo recibieron César Milstein y Georges Köhler, quienes desarrollaron la técnica de los anticuerpos monoclonales, clave para el tratamiento de muchos tipos de cáncer y enfermedades autoinmunes.

¿Por qué escribir acerca de esto en el suplemento de Economía? Porque la riqueza, el crecimiento, el desarrollo económico y el bienestar no tienen que ver sólo con las finanzas, el oro, el tipo de cambio o los bonos, sino con una dimensión muchísimo más amplia, y menos visible, de la actividad humana. Porque “los recursos” con los que cuenta la Argentina no se limitan a la soja, el petróleo, el gas, la carne, el litio, el trigo o las tierras raras. Porque el no dimensionar adecuadamente los activos intangibles existentes nos lleva a malas decisiones de política económica y de asignación de recursos. En síntesis, menor crecimiento, menor riqueza, peor calidad de vida.

El Premio Nobel en Economía 2025 fue otorgado a Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt “por haber explicado el crecimiento económico impulsado por la innovación”. Mokyr, historiador económico, demostró que para que las innovaciones se sucedan en un proceso autogenerado y sostenido, no solo necesitamos saber que algo funciona, sino también tener explicaciones científicas de por qué. Esto último solía faltar antes de la revolución industrial, lo que dificultaba el desarrollo a partir de nuevos descubrimientos e inventos. Aghion y Howitt han impulsado la teoría del crecimiento sostenido a través de la destrucción creativa. La innovación (derivada de un desplazamiento de la frontera del conocimiento y de la aplicación de nuevas tecnologías) constituye un elemento central para explicar el crecimiento económico.

Unos años antes, Paul Romer y William Nordhaus ganaron en 2018 el Nobel de Economía por desarrollar la Teoría del Crecimiento Endógeno. El eje central de esta teoría es que el crecimiento económico depende fundamentalmente de las decisiones e incentivos dentro de la economía, para fomentar la educación, el desarrollo de nuevos conocimientos y la innovación. Para ambos economistas, la inversión en Investigación y Desarrollo es central para lograr tasas de crecimiento más elevadas.

En síntesis, la competitividad no se compra, se crea.

Remontándonos al siglo XX, en 1982, en su libro “An Evolutionary Theory of Economic Change”, Richard Nelson y Sidney Winter presentaron una visión evolutiva del cambio económico, donde la innovación y la ciencia son vistas como elementos centrales. La innovación tecnológica, que surge de la investigación científica, es un proceso acumulativo que impacta en la productividad y el crecimiento económico.

Relación entre Ciencia, Tecnología y Crecimiento

Así, llegamos a un punto interesante. ¿Tiene sentido (económico) que la Argentina invierta, honesta e inteligentemente, en ciencia y tecnología?

En un artículo del Blog del FMI, escrito en 2021, llamado “Por qué las ciencias básicas son importantes para el crecimiento económico”, Barrett, Hansen, Natal y Noureldin afirman: “Observamos que la investigación científica básica afecta a más sectores, a más países y durante más tiempo que la investigación aplicada (I+D de las empresas con orientación comercial). La transferencia fácil de tecnología, la colaboración científica transfronteriza y las políticas que financian investigación básica pueden fomentar el tipo de innovación que se necesita para el crecimiento a largo plazo. Estimamos que un aumento permanente del 10% en el stock de investigación básica propia de un país puede incrementar la productividad un 0,3%”.

En economía existe un concepto llamado frontera de posibilidades de producción. Se trata de la máxima cantidad de bienes y servicios que pueden producirse con una determinada cantidad de recursos, que siempre son escasos. ¿Qué es lo que permite que esta frontera se expanda? El conocimiento. Un ejemplo: porque la biotecnología desarrolló semillas resistentes a la sequía, la superficie sembrable se incrementó.

La tecnología no es otra cosa que conocimiento aplicado a un objetivo específico. Sin conocimiento científico no hay posibilidad de innovar y desarrollar tecnologías propias. Si un país quiere competir internacionalmente, debería importar tecnologías de vanguardia. Esto no es un problema de soberanía. Es un problema de balanza comercial.

Según datos combinados de Banco Mundial y OCDE, existe una correlación positiva moderada-alta entre la inversión en I+D (% del PBI) y el crecimiento promedio anual del PBI per cápita. Los países que aumentaron su gasto en I+D en al menos 1 punto porcentual del PBI entre 2000 y 2020, vieron en promedio un crecimiento adicional de 1,2 puntos porcentuales anuales en su PBI per cápita.

En síntesis, a mayor inversión en I+D, mayor suele ser el crecimiento sostenido del PBI per cápita por efectos en productividad, innovación y competitividad tecnológica.

Tradición científica

La buena noticia es que no hay que empezar de cero. La mala noticia: la ciencia y la tecnología son ignoradas por las agendas pública y privada empresarial. Todos aplauden la idea del emprendedor de base tecnológica. Pocos hablan del conocimiento subyacente, y los miles y miles de cerebros que, a partir de una hipótesis, descubren algo que revoluciona una disciplina, una industria o la vida misma.

Dado que la Argentina tiene una larga tradición científica, son numerosas las instituciones de prestigio que han sido -y siguen siendo- absolutamente competitivas internacionalmente. La razón: su competitividad no depende del tipo de cambio sino de estar conformada por profesionales que procuran estar en la vanguardia del conocimiento.

Es importante que, así como hablamos de los recursos mineros, petroleros, agropecuarios, se conozcan, como una pequeña muestra de esta riqueza “intangible”, qué hacen cinco instituciones destacadas.

El tener colocado un stent, amar a alguien que espera un último avance en oncología o disponer de imágenes satelitales que le permitan controlar los cultivos pueden no ser razones suficientes para defender la investigación científica. Algunos la consideran un gasto, ignorando que es un activo clave.

Sin embargo, un verdadero homo economicus, optimizador y racional, no puede ignorar lo que los avances de la disciplina económica demostraron durante la última parte del siglo XX y la primera del XXI. La inversión en Ciencia y Tecnología, que en la Argentina no alcanza siquiera el 0,3% del PBI, es clave para el crecimiento y el desarrollo. Además, con poco se puede hacer mucho. Leloir lo demostró.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/economia/ciencia-y-economia-la-actividad-que-no-necesita-del-tipo-de-cambio-para-ser-competitiva-nid07122025/

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