Cómo el ego entre dos arquitectos dio origen a uno de los edificios más emblemáticos de Nueva York
“Es bueno tener competencia. Te empuja a hacerlo mejor”. La frase atribuida al malogrado diseñador italiano Gianni Versace (1946-1997) resume el proceso que terminó con el alumbramiento de un...
“Es bueno tener competencia. Te empuja a hacerlo mejor”. La frase atribuida al malogrado diseñador italiano Gianni Versace (1946-1997) resume el proceso que terminó con el alumbramiento de uno de los edificios más emblemáticos de Nueva York: la torre Chrysler.
El rascacielos, de estilo art déco de 77 pisos y 319 metros de altura, fue inaugurado en 1930 y fue la estructura más alta construida por el hombre, hasta la apertura, once meses después, del no menos emblemático Empire State Building, a solo unas cuadras de distancia.
Sin embargo, historiadores y expertos aseguran que la edificación no habría conseguido el título de no ser por el pulso que su creador, el arquitecto William van Alen (1883-1954), mantenía con un competidor llamado Harold Craig Severance (1879-1941).
El ego entre dos arquitectos dio origen a uno de los edificios más emblemáticos de Nueva YorkLa incursión de Van Alen en el mundo de la arquitectura comenzó con una tragedia, luego de que su padre muriera alrededor de 1890 arrollado por un tranvía y él tuviera que conseguir un empleo en una firma de arquitectos para ayudar a sustentar a su familia. Allí aprendió el oficio, según cuenta su biografía publicada por el sitio web especializado en arquitectura Architectuul.
En 1908, el joven ganó una beca para estudiar arquitectura en París (Francia) durante tres años. A su regreso, trabajó en algunas firmas, pero en 1914 decidió crear una empresa con Severance, quien había hecho fama participando en varios proyectos arquitectónicos.
Sin embargo, tras más de una década de relación laboiral, la sociedad terminó en malos términos.
“Hubo tensiones entre ambos sobre quién era el responsable de su éxito”, relataron los periodistas Greg Young y Tom Meyers en un episodio de su podcast “The Bowery Boys” dedicado al edificio Chrysler.
“Severance era bueno consiguiendo nuevos proyectos, porque era un hombre de negocios y muy social, mientras que Van Alan tenía habilidades para el diseño y una visión moderna”, agregaron.
“Se dice que Severance estaba cansado de que Van Alen recibiera todo el crédito y además creía que los diseños de su compañero les restaban clientes. Sea cual fuera la razón, en 1924, después de 10 años, decidieron romper su sociedad e incluso terminaron en los tribunales para decidir quién se quedaba con los clientes”, explicaron.
La teoría sobre la lucha de egos es confirmada por el arquitecto español Pedro Torrijos, quien atribuyó la ruptura a un artículo publicado en 1924 donde se exaltaba las virtudes del Albermarle, un edificio de oficinas de 16 pisos inaugurado en 1915 en Broadway.
“El artículo ponía por las nubes tanto al edificio como a su arquitecto, William van Alen, obviando que Van Alen no era el único responsable del diseño, sino que lo había hecho en colaboración con su socio, Severance”, relató Torrijos, quien desde 2013 viene contando historias sobre edificaciones emblemáticas en su cuenta de X.
“La relación entre ambos ya llevaba un tiempo deteriorándose, pero que lo ningunearan abiertamente y por escrito cabreó (molestó) bastante a Severance, lo cual provocó que el estudio se disolviese”, explicó.
La carrera hacia el cieloDesde finales del siglo XIX, la bonanza económica, la migración interna y extranjera y nuevas tecnologías, tales como la invención del ascensor o el desarrollo de las técnicas de construcción con acero, sumergieron a Nueva York en un frenesí por levantar edificios cada vez más altos.
“Los rascacielos eran una profecía autocumplida del mercado inmobiliario en ebullición”, escribió Neal Bascomb en su libro “Higher: A Historic Race to the Sky and the Making of a City”.
En 1928, y con apenas meses de diferencia, los otrora socios recibieron encargos para construir el rascacielos más alto del mundo.
A Severance lo contactó el banquero George Ohrstrom, quien quería construir en Wall Street, el distrito financiero, la nueva sede del banco The Manhattan Company, una institución financiera nacida en 1799 y que en 1955 se fusionó con el Chase National Bank.
Por su parte, a Van Alen lo llamó el senador y especulador inmobiliario William Reynolds, quien también quería una torre de apartamentos y oficinas en la intersección de la calle 42 y la avenida Lexington, muy cerca de la Grand Central, la emblemática terminal de ferrocarriles de la ciudad.
Sin embargo, poco después Reynolds se retiró de la carrera al ver que los diseños vanguardistas de su arquitecto podrían dejarlo en la bancarrota. No obstante, le vendió el terreno y el proyecto a otro potentado: Walter Chrysler, fundador de la que por entonces era una incipiente firma automotriz.
Los magnates de la época se dieron cuenta pronto que al bautizar a los edificios más altos y hermosos de la ciudad con el hombre de sus empresas obtendrían publicidad durante décadas.
“Los rascacielos no solo eran edificios, sino trofeos. Desde sus comienzos, estos edificios estaban asociados con empresas u hombres de negocios y eran prueba de lo exitoso que era un negocio o una persona”, explicaron los periodistas Greg Young y Tom Meyers en su podcast.
A principios de 1929, Chrysler anunció a la prensa que construiría una torre de más de 40 pisos y que estaría lista en un año.
A los días, Ohrstrom y Severance presentaron su plan para construir un edificio, de estilo neoclásico, de 47 plantas y a partir de allí estalló una carrera de anuncios entre ambos bandos sobre la altura de los respectivos proyectos hasta que ambos terminaron nariz con nariz en 70 pisos y 300 metros de altura.
No obstante, Chrysler convocó a Van Alen para pedirle que hiciera lo necesario no solo para ganar el título del rascacielos más alto del mundo, sino para construir un edificio icónico.
“Le dio rienda suelta al espíritu creativo de Van Alen”, escribió Torrijos, quien recordó que el arquitecto diseñó personalmente algunos de los ornamentos exteriores de la torre, los cuales están inspirados en el mundo del automóvil.
Un as bajo la mangaEn marzo de 1929, comenzó la construcción del edificio Chrysler. El diario The New York Times aseguró en su momento que el proyecto, cuyo costo se estimó en US$ 50 millones, no solo resultaría en la estructura “más alta del mundo”, sino en una de las más bellas también.
“El primer diseño contaba con un domo de vidrio que daba la sensación de una joya”, recordó Young.
Sin embargo, la idea del domo fue desechada y reemplazada por sucesivas coronas hasta llegar a la definitiva cúpula de siete niveles decreciente y con ventanas triangulares, fabricada con acero inoxidable.
No obstante, el anuncio de Severance de que su torre de Wall Street tendría en la cima un faro que la colocaría por encima de los 270 metros de altura forzó a Van Alen a tomar medidas.
Así, para junio de 1924, el arquitecto ideó un plan secreto: en el interior de la ahora emblemática corona se guardaría una aguja plateada que sería desplegada una vez que se conociera las dimensiones definitivas del edificio rival.
El 23 de octubre de 1929, Van Alen dio su golpe y de la cima del Chrysler comenzó a surgir una antena que lo hizo 36,5 metros más alto que el 40 Wall Street y le permitió hacerse con el título del rascacielos “más alto del mundo”.
“La aguja emergió como una mariposa de su capullo”, escribió el arquitecto en sus diarios, donde admitió su preocupación porque algo saliera mal en la operación y la antena terminara precipitándose sobre los peatones.
Un grupo de temerarios operarios armaron la punta del rascacielos dentro de la cúpula a casi 300 metros de altura.
“Los hombres ensamblaron la aguja y la elevaron por la salida de incendios, asegurándola a la cima de la cúpula y arriesgándose a que un golpe de viento la arrojara al tráfico”, escribió Bascomb en su libro.
Según se midaEl secretismo con el que Van Alen manejó su plan fue tal que la prensa, la cual reportó con avidez toda la carrera, no registró la operación e incluso en un principio dio por ganador al 40 Wall Street de Severance.
Días después se produjo la caída de la Bolsa de Valores que abrió las puertas a la gran crisis del año 1929 y ello explica por qué no fue sino hasta un mes después que los medios corrigieron y concedieron el honor al edificio Chrysler.
Durante los seis meses que pasaron hasta que ambas edificaciones fueron finalmente abiertas al público, Severance pensó en realizar algún añadido más, pero desistió. ¿La razón? Defendió que su creación era la estructura más alta en términos de espacio útil.
Hoy esa torre es una de las propiedades del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, mientras que el Chrysler es propiedad de fondos de inversión Yu en 1978 fue designado como monumento de la ciudad.