Escapar del dolor, correr detrás de lo imposible y ganarle al tiempo, la experiencia de tres resilientes aventureros
Santiago Trebucq huyó de un dolor muy profundo, Walter Wade corre detrás de lo imposible, y Adriano Motta trata de vencer al paso del tiempo. Son tres ejemplos entre los muchos que se aventuran a...
Santiago Trebucq huyó de un dolor muy profundo, Walter Wade corre detrás de lo imposible, y Adriano Motta trata de vencer al paso del tiempo. Son tres ejemplos entre los muchos que se aventuran a los deportes de ultra distancia. Lo que sorprende es que lo hacen en una etapa de la vida en la que muchos sienten que es el momento de pegar la vuelta, acaso sin el derroche de energía de la juventud. Pero, con la templanza y la convicción que ganaron con los años, enfrentan desafíos que asoman imposibles, empujados por la pasión.
Santiago Trebucq (53 años) inició el ascenso en bicicleta de la Cuesta del Lipán a las 4 de la mañana desde Purmamarca, en Jujuy, dónde apenas durmió un par de horas. Era su segundo día de carrera y acumulaba 190 kilómetros pedaleando desde el comienzo de su recorrido. Con solo seis meses de entrenamiento, se propuso participar en una dura competencia ciclística de 790 kilómetros, que partía y finalizaba en Salta, y que recorría buena parte de la Puna trepando cuestas y montañas, a más de 4000 metros, cruzando caminos inhóspitos. El ciclismo se había convertido en su refugio, y las largas horas arriba de una bicicleta, un lugar en el que podía canalizar la enorme angustia que lo acompañaba desde hacía mucho tiempo.
Mal dormido y agotado por el esfuerzo del primer día enfrentó otra gran batalla: los 2000 metros de desnivel positivo de un camino serpenteante, que un vehículo a motor sube en primera y segunda marcha. Cuando promediaba el ascenso, el sol asomó y un amanecer fulgurante pintó el paisaje de una paleta de colores que la noche y la concentración en el esfuerzo por pedalear le habían ocultado.
Santiago rompió en un llanto profundo, pero a la vez liberador porque pudo soltar muchos de los demonios que lo acompañaban. “Llegué arrastrando un proceso muy duro y desgarrador por la muerte de mi hija. Ella era adicta y luego de un recorrido horroroso se suicidó. Durante toda la carrera mantuve un dialogo con ella y en ese instante, en el que apareció el sol, me sucedió algo muy profundo: pude liberar todo el dolor que tenía, en ese llanto cerré el duelo y me pude reconciliar con ella y con la vida”, le cuenta Trebucq a LA NACION, describiendo el momento que vivió durante la Patagonia Ultra Bike Salta/Jujuy de septiembre de 2023.
El esfuerzo lo superó, porque al duro ascenso le siguió otro tramo llano, pero igual de indomable. Desde la Salina Grande, que se encuentra desandando la Cuesta del Lipán, y hasta San Antonio de los Cobres, tuvo que recorrer 50 kilómetros de un camino impiadoso de ripio, que fue como andar arriba de un serrucho, lo que le quitó la poca energía que le quedaba.
“Decidí abandonar, aunque me fui pleno porque ese recorrido, aunque tortuoso, me ayudó a superar una etapa muy oscura que me planteó la vida y a descubrir una pasión que abracé con toda mi energía con la bici”, cuenta Santiago, acerca del final de esa carrera que fue el principio de un recorrido mucho más largo.
En esa carrera descubrió que recorrer kilómetros durante horas era algo que le gustaba y que su cuerpo asimilaba bien. El entrenamiento intenso se incorporó a su vida y semanas de 300 kilómetros sobre las pendientes de las sierras cordobesas, cerca de donde reside, se transformaron en su rutina. “Aprendí a dedicar tiempo para mí y a delegar buena parte de mi responsabilidad y de mis tareas a mis hijos y a colaboradores, lo que me dio el espacio para entrenar. Esto me cambió la vida, bajé más de 20 kilos y hoy me siento pleno físicamente”, explica Santiago, director de una empresa propia de desarrollo de software, un rol que no abandonó y que combina con sus salidas a pedalear.
La pasión que se despertó en la carrera de Salta encontró otros desafíos, y el cordobés, ya mejor entrenado, participó en los 960 kilómetros de Across Andes y en los 650 kilómetros de Atacama Spirits, ambas en Chile, dos carreras de ultra bike en las que se rueda en bicicletas gravel, que son un intermedio entre una de ruta y una mountain bike. Se trata de competencias de autosuficiencia, en las que los ciclistas deben llevar lo que van a comer y vestir, y deciden donde y cuando descansan.
Pero a Santiago le quedaba una cuenta pendiente y este año volvió a Salta para cerrar el círculo y finalizar la carrera donde había comenzado el recorrido. “Esta vez fue más dura, porque comenzó en el sentido contrario a la anterior y tuvimos que subir la Cuesta del Obispo hasta Cachi. Fui muy bien preparado, con muchos kilómetros encima, me sentí muy cómodo más allá del esfuerzo y pude terminar aquello que había comenzado dos años antes”, relata Trebucq, que vivió una situación que muchos pueden interpretar solo como divertida, pero que para el tomó una dimensión y un sentido diferente. “En el mismo lugar donde la primera vez decidí abandonar, me crucé con una llama que se me acercó, y cuando me tuvo encima me apoyó el hocico en la cara, como si me fuese a dar un beso. Sentí que era mi hija que me estaba saludando, eso fue una alegría inmensa que me llenó el alma”.
La Misión, una carrera desafiante de 160 kilómetrosPara los devoradores de kilómetros a los que les gustan los desafíos extremos, el vértigo de la bicicleta no es la única alternativa. Desde hace 20 años hay una competencia que los organizadores insisten en plantear que no se trata de una carrera. Se convirtió en una de las citas de los apasionados por gastar zapatillas, porque sólo unos pocos la logran terminar y muchos la tienen apuntada en su lista de desafíos por alcanzar: La Misión.
Walter Wade (65 años) corrió desde joven y participó en casi todas las primeras pruebas de ultra distancia que se disputaron en Argentina. “El Desafío de los Volcanes, las Eco Peugeot, el Tetra de Chapelco, fueron algunas de esas carreras que en muchos casos combinaban disciplinas, pero la que a mi me atrapó fue La Misión. Se trata de una distancia a pie muy desafiante , de autosuficiencia, porque tenés que llevar lo que vas a comer, para dormir y la ropa que vayas a necesitar por los diferentes cambios de clima en un marco increíble . Y en las primeras tuvo el condimento que era de orientación; hoy ya están marcadas y no requieren navegación. Todo eso la hace una prueba casi imposible y eso me apasionó”, le explica Wade a LA NACION. Walter ostenta un récord que lo convierte en el emblema de la competencia: es el único que participó en las 19 que se corrieron.
Las primeras “misiones” fueron de 160 kilómetros, pero con el transcurrir de los años se agregaron distancias y hoy la prueba presenta cinco alternativas: 200, 160, 120, 80 y 40 kilómetros, todas con las mismas características de autosuficiencia, lo que obliga a andar con una mochila transportando varios kilos de material obligatorio, pero absolutamente necesario, y sin puestos de asistencia. Esto hace muy difícil transitar el recorrido corriendo, lo que estira el tiempo de competencia y obliga a paradas para descansar y dormir, que indefectiblemente suman horas. El tiempo máximo por reglamento son 72 horas para los 160 kilómetros, y el puñado de competidores que llegan primero le dedican algo más de 30 horas, aunque el grueso demora entre de 50 y 60, lo que implica dos noches completas recorriendo la montaña.
Wade explica que la gestión del sueño es clave en La Misión y es frecuente que, con el cansancio extremo y la necesidad de descansar, sobre todo durante la noche, se tengan alucinaciones. Los corredores experimentados, sobre todos los que participan en pruebas largas de varios días, lo conocen, pero para algunas personas puede ser algo que descubren en esta carrera.
“En una oportunidad estaba durmiendo en mi bolsa y me despierta un corredor muy perturbado, explicándome que a unos metros teníamos un gran precipicio que no se podía atravesar. Enseguida entendí que estaba alucinando y nos acercamos juntos al lugar que él veía como un escollo infranqueable. Era un desnivel de unos pocos metros que con un salto se solucionaba”, cuenta Walter acerca de lo traicionero que puede ser nuestro cuerpo cuando lo sometemos a situaciones extremas y casi imposibles de prever, ni de entrenar, y que son moneda corriente en esta prueba.
“Es una carrera distinta, donde la clave es la fortaleza física y mental. Es para el más fuerte y no para el más rápido, porque te va comiendo de a poco. Son muchas horas en las que no te cruzás con nadie y cuando aparecen los problemas, por el clima o el cansancio, no tenés a quien acudir y la buena gestión de estas situaciones son las que te permiten finalizar”, explica Wade, que desde hace 20 años ocupa invariablemente una semana de su agenda con esta cita impostergable y que hace malabares para sostener con rigor un plan de entrenamiento que basa fundamentalmente en la fuerza que construye en el gimnasio.
“Me gusta lo imposible y el paso de los años naturalmente agranda el tamaño del desafío, pero eso en una motivación adicional. Detrás de esto no hay una condición especial, es solo la disciplina para sostener un proceso de entrenamiento. Vivo en Buenos Aires, donde no hay desnivel para entrenar, viajo permanentemente por mi trabajo, y tengo una familia y una empresa que sostener, lo que genera un estrés que a veces es difícil de manejar. En ese marco mantengo el entrenamiento, lo que da la pauta que participar y llegar solo se construye con disciplina y perseverancia”, sostiene Wade, que luego de su décima participación escribió un libro llamado “Una vida de 160 kilómetros”, donde volcó sus vivencias de las primeras diez “Misiones”.
Veinte años después, de Colonia a Punta LaraAl mismo tiempo que Walter Wade luchaba contra la montaña y el cansancio, durante el calor de febrero, pero frente a la costa del río más ancho del mundo, una inusual multitud se congregó en la terminal de pasajeros del Puerto de Colonia para recibir a los nadadores Adriano Motta (52 años) y Fabricio Olivera (49), que al arribar fueron agasajados como héroes al grito de, “¡dale campeón, dale campeón…!” Un día antes, al alba y casi desde el mismo lugar, partieron rumbo a Punta Lara persiguiendo un sueño: cruzar el Río de la Plata nadando.
Motta y Olivera son dos deportistas que viven y se entrenan en Colonia, una localidad uruguaya de algo más de 30.000 habitantes, ubicada en la costa del mismo río que obstinadamente se propusieron surcar. Tal vez el deseo de estos dos deportistas amateurs de domar un emblema de la ciudad como lo es el río fue lo que los convirtió en hijos predilectos de una ciudad que se adueñó del proyecto y lo transformó en un sueño propio.
“El recibimiento y el cariño que recibimos de la gente antes de partir, alentándonos y al llegar, fue algo único. Creo que mi historia de tantos años luchando por cumplir el objetivo jugaron un papel importante, pero sobre todo porque lo hicimos a pulmón, ayudados por amigos y con un equipo enteramente uruguayo y porque llegamos con Fabricio y lo hicimos juntos”, comenta Adriano Motta a LA NACION, que sin proponérselo tuvo que transitar un largo recorrido de 20 años de esfuerzo, perseverancia y aprendizaje para lograr el objetivo.
Adriano Motta cruce del Río de la Plata 1Su primer intento fue en 2006, cuando tuvo que desistir cuatro kilómetros antes de tocar Punta Lara, porque el cuerpo le dijo basta luego de luchar durante horas contra un río embravecido. Repitió el intento en 2010 y volvió a la carga en 2024, pero tampoco fue posible más allá de que nunca lo sintió como un fracaso. “Cuando arranqué con esto no tenía la información y el conocimiento con el que contamos actualmente. Hoy gracias a internet tenemos muchos datos, consejos y la experiencia de otros que te ayuda a encararlo de mejor manera. Cada vez que lo intenté me sirvió de experiencia y siempre tuve claro que era difícil, por eso nunca lo sentí como una frustración y me sirvió como energía para volver a intentarlo”, explica Adriano, que para volver tuvo que encarar el proceso de manera diferente.
“Esto tiene un costo alto porque más allá de tu esfuerzo de preparación y de entrenamiento es necesario hacerlo con un equipo de apoyo importante y ya no tenía los recursos que se me fueron en 2024. En esta oportunidad se armó un equipo conformado por uruguayos que se sumaron ayudando desinteresadamente. Todo amigos, poniendo el corazón, pudimos lograrlo porque esto se puede alcanzar si un equipo te apoya y por eso tuvo un gusto especial”, sostiene Adriano, que para el cruce dedicó un poco más de 19 horas nadando sin traje de neoprene, sin establecer contacto con ninguna embarcación de apoyo y recibiendo la comida y la bebida durante todo el trayecto con una caña... Todos requisitos necesarios para que la gesta sea certificada y se inscriba en esa lista de diez atletas uruguayos, incluyéndolos a ellos, que lograron materializar el desafío de los 42 kilómetros.
El plan inicial decía 42km, pero la corriente y el clima hicieron que el recorrido sea distinto y finalmente acumuló más de 50 kilómetros cuando a las 23 del 8 de febrero, un rato después del arribo de Fabricio Olivera, Adriano tocó la costa argentina. Detrás quedaron veinte años de trabajo, miles de horas en el agua que se repartieron entre el Río de la Plata y la pileta cubierta de la localidad de Juan Lacaze, a la que terminaron conociendo más que el jardín de su casa. Con el pelo entrecano, con su hijo arriba de la embarcación de apoyo alentando y asistiendo, y con la noticia de que en unos meses será abuelo, Adriano cumplió un sueño que pocos alcanzan y que cobra mayor dimensión cuando se comprende que la clave estuvo en el esfuerzo y la perseverancia.