La postal icónica de los tres deseos autocumplidos de un jeque
Una historieta de Quino mostraba a una ama de casa en la cocina. La mujer abre una lata de tomates y se le aparece un genio como el de la lámpara de Aladino. “¿Cuál es tu deseo?”, pregunta. ...
Una historieta de Quino mostraba a una ama de casa en la cocina. La mujer abre una lata de tomates y se le aparece un genio como el de la lámpara de Aladino. “¿Cuál es tu deseo?”, pregunta. “Quiero ser millonaria para comprarme todo lo que quiera”, dice. “Sea”, respondió, y el genio la convirtió en jeque árabe.
La fortuna personal de Su Alteza Sheikh Mohammed bin Rashid Al Maktoum, vicepresidente de los Emiratos Árabes Unidos y Primer Ministro y Regente de Dubai, tal como dice su Instagram personal, se calcula en 14.000 millones de dólares. Por eso, el hombre puede ser su propio genio de la lámpara y autocumplirse todos sus deseos.
Entre ellos, convertir a Dubai en una ciudad futurista, capital del lujo, centro financiero, y colocarla entre las diez ciudades más visitadas del mundo. Lejos quedaba aquel pasado tribal de principios de siglo, cuando el principal recurso era la recolección de perlas.
El impulso de la transformación fue el descubrimiento del petróleo en 1966 y, en medio siglo, el desierto desnudo se convirtió en una urbe de vidrio y acero. Parte del éxito de Al Maktoum, formado en Harvard, fue seguir fiel a los preceptos islámicos, pero tolerante y abierto al extranjero.
Parte fundamental del master plan era levantar un hotel que, en palabras de Al Maktoum, fuera “el nuevo símbolo de Dubai, que se hable de él en el mundo entero y que sea el hotel más lujoso construido jamás. Que llegue del mar y mirara hacia el futuro”.
La inauguración del hotel Burj Al Arab, literalmente “torre de los árabes”, debía coincidir con la llegada del nuevo siglo y nuevo milenio: 1999.
La construcción comenzó en 1994, cuando Mohammed era el ministro de Defensa y su hermano mayor, el jeque, pero la obra estuvo a su cargo. Para lograr ese efecto de desembarco de una nueva Dubai, el hotel debía tener la forma de Spinnaker, un tipo de vela globo que se usa por delante de la proa en los veleros yates llamados “J” para navegar con vientos portantes de popa. Y para eso, el hotel debía erigirse en el mar, a una altura lo suficientemente baja para generar esa ilusión.
Una pequeña legión de ingenieros dirigidos por Tom Wright, del estudio inglés Atkins, y por momentos dos mil obreros, tardaron tres años en construir la isla artificial a 270 metros de la orilla. Para lograrlo tuvieron que idear un anillo de piedras y hormigón que resistiera los embates del mar.
Un total de 650 millones de dólares y otros tres años demoró la construcción del hotel. Fueron necesarios 70.000 metros cúbicos de hormigón y 9000 toneladas de acero para levantar los 56 pisos con 202 habitaciones, dieciocho ascensores, nueve restaurantes y un helipuerto.
Pocos meses antes de la inauguración, Al Maktoum fue a ver su criatura. El diseño interior estaba a cargo de la creativa china Khuan Chew. Los deseos del jeque eran bastante obvios: quería que todo el hotel fuera un canto a los petrodólares, y la diseñadora china así lo interpretó en las habitaciones, pero pensó que al lobby le iba mejor el minimalismo y el mármol blanco.
El jeque puso el grito en el cielo y exigió cambios inmediatos. En tiempo récord, Chew tuvo que reemplazar aquel oasis para el ojo por un bombardeo de dorados, mosaicos, terciopelos, peceras, alfombras, fuentes y colores.
Arribo en helicóptero o en Rolls RoyceLa experiencia de hospedarse en el Burj Al Arab comienza cuando un Rolls Royce Phantom blanco pasa a buscar a los huéspedes. Un chofer vestido íntegramente de blanco, de mocasines a gorra, con botones y charreteras doradas, espera junto al auto con un enorme ramo de flores.
Al llegar al hotel, una mujer elegantísima, vestida con un traje largo de tafeta de seda, recibe a los visitantes en su propio idioma –trabajan políglotas que pueden hablar hasta setenta idiomas–. Lo primero que comenta es que en el hotel no hay recepción y que el check-in se realiza con un butler (un mayordomo) directamente en la habitación.
Pero antes de subir a las habitaciones, habrá que procesar el estímulo visual y sonoro del lobby montado en planta baja y entrepiso, el mismo que se había diseñado con estilo minimalista, hasta que el jeque pidió su cambio radical.
La estructura triangular del edificio, con la vela estilo Spinnaker al frente y los balcones de los cincuenta y seis pisos, se aprecian desde la planta baja. Enormes columnas doradas de más de veinticinco metros unidas en arcos son la base del degradé de azules, verdes y amarillos que forman los balcones de cada uno de los pisos.
Dos escaleras mecánicas, con una fuente entre ambas, suben al entrepiso, donde hay otra gran fuente circular con aguas danzantes. El chorro central, al final de la secuencia, alcanza los quince metros.
Enormes arreglos florales, peceras con peces tropicales, pisos de mosaicos y alfombras compiten por atraer la mirada. Es fácil imaginar la desilusión que habrá tenido el jeque cuando vio todo aquello en sobrio mármol blanco y lo satisfecho que se habrá mostrado con la renovación.
La habitación más modesta del Burj es de 170 metros, en dos plantas, una “cucha” comparada con las suites de 780 metros. Ni hablar de la Royal Suite, un palacete en altura que se renta por 138.000 dólares la noche. Hamza, el butler, necesita veinte minutos para explicar todas las prestaciones de la suite más económica, de 2500 dólares.
En la planta baja cuenta con un living con sillones de terciopelo violeta para diez personas, un juego de comedor con marquetería árabe para seis, enormes jarrones de flores, y un escritorio con un iMac de pantalla extra large, con teclado e impresora inalámbricos.
El detalle discreto es la caja de seguridad: no se trata de una empotrada para abrir y cerrar con un código digital, sino de una del tamaño de un frigobar con combinación a rueda, como las de Tío Rico en la historieta Mc Pato.
Camino al primer piso donde está la habitación, Hamza pregunta si los productos de Hermés están bien para los amenities y, acto seguido, señala la línea completa Terra para hombre, Jardin sur le Nil para mujer, con champú, desodorantes, after shave, cremas corporales y, por supuesto, perfumes.
Una enorme cama con respaldo de capitoné y baldaquino con flecos y borlas doradas dan al ventanal con vista a la playa, el downtown y el Burj Khalifa, el edificio más alto del mundo. Y antes de que se pregunte si hay televisor, Hamza apreta un botón y una pantalla de 65 pulgadas emerge desde adentro de un mueble, tapando la vista.
El ensayo de tocar más botones que dimerizan luces, abren y cierran cortinados, es interrumpido por el butler que se despide entregando a los huéspedes un iPad de oro para hagan las reservas en los restaurantes y para los tratamientos del spa.
Vista exclusivaEl mejor ángulo para admirar este prodigio de la arquitectura es desde su playa privada y exclusiva para los huéspedes del Burj. Reposeras y sombrillas se alinean sobre la arena cubierta de alfombras. El personal se acerca continuamente para ofrecer toallas frías y mentoladas para refrescar la cabeza.
Desde allí es posible ver el aterrizaje de un helicóptero en la plataforma suspendida en el último piso. El helipuerto, diseñado por la arquitecta irlandesa Rebecca Gernon, fue varias veces usado para filmar comerciales, entre ellos el protagonizado por Andre Agassi y Roger Federer jugando al tenis. También se corrieron carreras de auto, fue ring de boxeo y punto de partida para el salto de kitesurf más alto de la historia.
Solo los huéspedes tienen ingreso gratuito e irrestricto al parque acuático Wild Wadi Waterpark, que está junto al hotel Jumeirah Beach, inaugurado dos años antes que el Burj y ubicado a pocos pasos por la playa. Los tres pertenecen al Jumeirah Group, la cartera personal de inversiones de Al Maktoum, y fueron diseñados por el mismo estudio inglés Atkins en terrenos ganados al mar.
Donde hoy está la Chicago Beach de tres kilómetros para uso exclusivo de los huéspedes del Burj y del Jumeirah, hubo hasta no hace mucho tiempo tanques de petróleo flotando en el agua. Eran de la empresa Chicago Bridge & Iron Company, de donde heredó su nombre la playa. Ideado para todas las edades, no hace falta poner a los chicos como excusa para ir a pasar una mañana al parque y tirarse por el tobogán de agua a 80 kilómetros por hora o intentar surfear con olas artificiales.
Desde el parque también se tiene una vista privilegiada del Burj Al Arab y se puede ver una segunda estructura suspendida, además del helipuerto. Se trata del restaurante Al Muntaha en el piso 27, a 200 metros de altura, que se extiende 27 metros desde el mástil, y al que se llega por un ascensor exclusivo, exterior y panorámico. Los ventanales muestran, a un lado, la ciudad con sus edificios en una competencia de alturas y formas, siempre brillantes por el vidrio y el acero, rodeados por el desierto como una amenaza. Y, desde el otro, la isla artificial con forma de palmera que Al Maktoum mandó a construir para que Dubai se viera desde el espacio.
Al Muntaha es un restaurante con estrella Michelin, donde el chef Saverio Sbaragli prepara platos de inspiración italiana y francesa.
Hay otros ocho restaurantes, uno de cocina árabe que no podía faltar en el complejo, y otro en el subsuelo, Al Mahara, bajo el agua, donde se puede cenar por 140 dólares por persona mirando el enorme acuario de pared a pared.
El chef también es italiano, Andrea Migliaccio, ganador de dos estrellas Michelin, y la cocina se especializa en mariscos. Almas sensibles podrían entran en conflicto por comer unos deliciosos calamares viendo a los parientes nadar frente a sus ojos.
Los hoteles se califican en estrellas y, dentro de la máxima calificación de cinco, hay un plus que es “cinco estrellas lujo”. Cuando el Burj Al Arab se inauguró, se lo llamó “el único hotel 7 estrellas”. Y si bien Jumeirah Group emitió un comunicado aclarando que ellos no habían sido los autores, sino que había sido una periodista de viajes inglesa, la realidad es que ese artículo nunca se encontró ni se supo el medio ni el nombre de la cronista.
Para dejar el hotel y seguir viaje por el desierto, una buena opción es alquilar un auto. Si el iPad de oro resulta intimidante, se puede recurrir al antiguo llamado al concerge que puede dar a elegir entre un Porsche Cayman, un Mercedes S65 AMG Coupé o una Maserati Gran Turismo, “como la de Messi”, aclara en perfecto castellano a los huéspedes argentinos. Aunque claro, su fuera necesaria una opción más sencilla, siempre se puede recurrir a un taxi.