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Mapas de la imaginación

En la Galería de las Colecciones Reales hay un mapa que el virrey del Perú encargó en 1615, en tiempos de Felipe III, a Lucas de Quirós, en el que se muestra, acostada, toda la parte sur del co...

Mapas de la imaginación

En la Galería de las Colecciones Reales hay un mapa que el virrey del Perú encargó en 1615, en tiempos de Felipe III, a Lucas de Quirós, en el que se muestra, acostada, toda la parte sur del co...

En la Galería de las Colecciones Reales hay un mapa que el virrey del Perú encargó en 1615, en tiempos de Felipe III, a Lucas de Quirós, en el que se muestra, acostada, toda la parte sur del continente americano. La cartografía trataba de fijar un territorio inconmensurable, que seguía siendo demasiado huidizo e incomprensible para que sus misterios no se desbocaran hacia el prodigio y las invenciones; de allí que Felipe II mandara componer en 1569 una serie de mapas y portulanos que, por exactos, fueran de buen servicio a la navegación de la flota española, asediada por los holandeses primero, y los ingleses armados en corso después. Mal podría defenderse la corona con mapas mentirosos.

Para los cartógrafos que se asomaban al abismo de los mares vacíos y los cielos desconocidos, la invención se volvía una tentación constante. En el mapa mundi elaborado en 1500 por el piloto Juan de la Cosa, donde el Nuevo Mundo aparece por primera vez, coloreado de verde esmeralda, figura de manera prominente la isla del preste Juan, descendiente de los reyes magos, vigente desde el tiempo de las Cruzadas. Más de un siglo después, en 1770, Juan de la Cruz Cano recibió el encargo de Carlos III de elaborar un mapa de la América del Sur. Gastó años y todos sus recursos en cumplir con la comisión real, y el resultado fue de una perfección como nunca antes se había visto. Pero la perfección fue su ruina. Era tan exacto que servía de prueba para demostrar que España tomaba como suyos territorios que correspondían a Portugal. Así que, por verdadero, fue prohibido, y las planchas de impresión secuestradas.

Las novelas de caballería dieron pie para nombrar territorios que iban surgiendo de la nada para asentarse en los mapas. California, la isla de la reina Califa de Las sergas de Esplandián. O Patagonia, por el gigante Patagón, de Primaleón, pues Antonio de Pigafetta, quien acompañó a Hernando de Magallanes en su expedición alrededor del mundo, atestigua que vio allí gigantes. Y el Amazonas, nombrado así por Francisco de Orellana porque en medio de la selva le salió al paso una tropa de mujeres aguerridas que le opusieron resistencia en su avance, igual a las que combatieron a Hércules en las riberas del mar Negro.

Lo que se quería ver pasaba a ser lo realmente visto. Esternocéfalos, que tenían los ojos, la boca y la nariz en el pecho, y hombres de un solo pie, que ya están en los escritos de San Isidoro de Sevilla, que clasificó a los seres fantásticos en portentos, ostentos, monstruos y prodigios.

Una corte de mentirosos, como una corte de los milagros, sacados de los retablos de Cervantes. Y la historia de América sería desde entonces una novela, o se contaría como una novela, donde la verdad tenía poca cabida, o gozaba de descrédito. Aquellos que desmentían los hechos imaginados solo ganaban aversiones. Juan Pérez de Ortubia, enviado por Ponce de León delante suyo en la búsqueda de la fuente de la eterna juventud, dijo haber llegado a una isla que tenía “hermosas y cristalinas fuentes… pero que no había agua ninguna con la virtud de transformar los entorpecidos miembros de un anciano en los vigorosos de un joven”. Nadie le creyó.

El emperador Moctezuma previene a Cortés del daño de las exageraciones: “Os han dicho que yo era y me hacía dios...”. Y entonces alzó las vestiduras y le mostró el cuerpo, diciéndole: “Veis aquí que soy de carne y hueso como vos y como cada uno, y que soy mortal y palpable”. La exageración, entre otras formas de la mentira, pasó a encarnarse en la literatura. Con la independencia, el héroe libertador traspasa los límites de la historia real para entrar en el territorio de la ficción, esa frontera difusa entre realidad e invención donde nace la literatura. Es imposible que se pueda atravesar la cordillera de Los Andes a la cabeza de todo un ejército, como Bolívar. Pero es lo que ocurre. Lo imposible es lo real.

En el texto de nuestras constituciones fundadoras tocamos con las manos la utopía nunca resuelta. Respeto a los derechos individuales, libertad de expresión, igualdad ante la justicia. Podemos leer esas constituciones como novelas, fruto de la imaginación.

La distancia contradictoria entre el ideal imaginado y la realidad vivida, entre el mundo de papel de las leyes y el mundo rural donde se engendra la figura del caudillo, entre lo que debe ser y lo que realmente es, entre modernidad derrotada y pasado vivo, es lo que crea el asombro que primero se llama real maravilloso, y luego realismo mágico. El reinado de lo arcaico sobrevive en sus esplendores caducos y la historia entrega de cuerpo entero a los dictadores a la novela. Y la historia, que empezó a urdirse en los mapas y a asentarse en los pliegos y los memoriales de los cronistas, será, en adelante, escrita por los novelistas.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/mapas-de-la-imaginacion-nid26032025/

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