Mundial de rugby 1987: cómo fue el primer sorteo, con los Pumas frente a los All Blacks
No les interesaba demasiado la forma ni la transparencia. La IRFB (International Rugby Football Board), hoy conocida como World Rugby, lo resolvió en una oficina en Londres y no dio demasiadas pis...
No les interesaba demasiado la forma ni la transparencia. La IRFB (International Rugby Football Board), hoy conocida como World Rugby, lo resolvió en una oficina en Londres y no dio demasiadas pistas de lo que pasó. Casi no existen detalles públicos del armado del Mundial de rugby de 1987. Es más: la composición de los grupos se concretó el 3 de diciembre de 1985, cuando la Unión Argentina de Rugby ni siquiera estaba afiliada a la IRFB. Su incorporación al organismo internacional no ocurrió hasta marzo de 1987, cuando por una gestión del por entonces presidente, Carlos Tozzi, se le otorgó una invitación especial para que pueda participar en el primer certamen.
Un corresponsal de AAP (Agencia Asociada de Prensa de Australia) envió un despacho que decía que habían quedado confeccionados los grupos del que sería el primer torneo de la historia. Allí, el jefe del comité organizador, John Kendall-Carpenter lo decía sin complejos: “No se establecieron clasificaciones específicas para el sorteo, pero las siete naciones de rugby más fuertes se han distribuido de manera uniforme en los grupos”.
¿Quiénes eran los “fuertes”? Sin Sudáfrica, que no intervino por las razones conocidas del apartheid, los equipos que se repartieron arbitrariamente entre los cuatro grupos fueron Australia e Inglaterra, en el A; Gales e Irlanda, en el B; Nueva Zelanda, en el C, y Escocia y Francia, en el D.
Tres grupos quedaron conformados con dos seleccionados poderosos y solo uno de los grandes, Nueva Zelanda, quedó solo. Tampoco es casual que allí se haya asignado a los Pumas. Los resultados terminaron siendo muy malos para nuestra selección, que quedó eliminada. Sin embargo, y pese a quedar entre lo que los organizadores consideraban los equipos “débiles”, la Argentina venían de obtener en 1985 un triunfo ante Francia (24-16, el 22 de junio) y de lograr un histórico empate ante los All Blacks (21-21, el 2 de noviembre).
La noticia en nuestro país llegó por un cable de la agencia AFP bastante escueto, que sólo ofrecía la conformación de los grupos y un programa de partidos incorrecto. Se mencionaba que los Pumas debutarían con los All Blacks, en Auckland, pero al final lo hicieron el 24 de mayo de 1987, ante Fiji, y en Hamilton. Ante Nueva Zelanda jugó su último partido, el 1° de junio, en Wellington.
Los buenos resultados de 1985 no eran la única razón para creer que los Pumas podían tener un buen Mundial. Unos días antes del sorteo, Hugo Porta había sido elegido como el mejor jugador del mundo por el semanario Midi Olympique, de Francia. Una distinción enorme.
La revista, con un criterio similar al que usa France Football para elegir al Balón de oro del fútbol, eligió a histórico apertura argentino por sobre Serge Blanco (Francia), Jerome Gallion (Francia), John Kirwan (Nueva Zelanda) y Mark Shaw (Nueva Zelanda), entre otros. En el puesto 8 de esa lista figuró otro argentino, el tercera línea Ernesto Ure.
En resumen, entre un par de resultados y el prestigio de su figura, la consideración de los Pumas era bastante positiva en el plano internacional. Sin la existencia de un ranking mundial, sin torneos anteriores y sin referencia alguna de la verdadera jerarquía de los seleccionados, las consideraciones eran por referencias y bastante discrecionales. Al final, el “débil menos débil” evitó los grupos donde ya había dos países del Tier 1. Los Pumas cayeron en el “Pool 3”, junto con los All Blacks (15-46), Italia (25-16) y Fiji (9-28), y quedaron fuera.
A algo menos de dos años del Mundial, el sorteo era lo de menos. Lo que realmente preocupaba a la dirigencia era la obtención de seis millones de dólares. Eso era lo que calcularon que necesitaban para hacer el torneo.
Los que estaban dispuestos a solventarlo eran ABC Televisión de Australia y Television New Zealand, que acordaron actuar conjuntamente como emisoras anfitrionas y proporcionarían cobertura de los 32 partidos. Al momento de designarse los grupos sólo se había garantizado la transmisión en vivo de 15 encuentros. Del resto, se producirían resúmenes editados para las emisoras extranjeras.
Lo que terminó de convencer a las cadenas de TV en la inversión fue que desde Japón se mostraron interesados en comprar los derechos. Se calculaba una audiencia televisiva superior a los 900 millones de telespectadores.
Volviendo al “sorteo”, el entrenador argentino, Héctor Pochola Silva, en charla con LA NACION, contaba el 6 de diciembre de 1985. “Nadie puede desconocer a Nueva Zelanda a nivel internacional, mientras que Italia y Fiji son rivales de cuidado ya que trabajan intensamente en la preparación física”.
Las buenas actuaciones ante Francia y los All Blacks alimentaban una idea bastante distorsionada respecto de la realidad. Silva advertía que no podía saber con certeza la jerarquía del resto de los equipos. Pero aseguraba: “Los jugadores que estuvieron en los test matches de esta temporada serán la base del seleccionado que realizará en junio de 1986 una gira de siete partidos en Australia”. Ángel Guastella lo acompañó en el trabajo de conducción en el campeonato.
Era una época muy diferente. En 1987, en el último entrenamiento del equipo, en la sede de San Martín del Club GEBA, fueron 18 de los 26 convocados. Algunos no pudieron viajar, otros estaban ocupados por trabajo. Pero el coach estaba conforme: “Estoy satisfecho, se cumplieron con todas las etapas de preparación que se planificaron –admitía Silva–. Pero tenemos que tener más regularidad y estamos fallando mucho en los scrums y lines”.
Porta, agotado, reconocía: “Fue un proceso preparatorio demasiado largo. Queremos adquirir ritmo y velocidad. Personalmente voy a llegar al Mundial en condiciones óptimas”.
Los citados por la UAR se presentaban en las prácticas con su ropa. Algunos con la indumentaria del equipo. Las fotos de esas últimas prácticas antes de partir a Oceanía, con poca luz y con deportistas que no mostraban más uniformidad que su pasión, son todo un reflejo de lo que se vivió.
No hubo improvisación (o sí). Pero así se hacían las cosas por entonces, en un ámbito completamente amateur. Se hizo lo mejor que se pudo para ese tiempo.
En el aeropuerto de Ezeiza, antes del viaje, los rugbiers ya llevaban su traje oficial de la UAR. Esa última imagen fue mucho más prolija. Lo que los jugadores todavía no podían saber es que estaban partiendo rumbo a un mundo totalmente desconocido.