No alcanza la plata: una queja sin solución inmediata
La inflación bajó, pero la plata no alcanza. Es el nuevo latiguillo para cuestionar la política económica de Javier Milei. La respuesta es simple: no alcanza la plata porque somos pobres. Algun...
La inflación bajó, pero la plata no alcanza. Es el nuevo latiguillo para cuestionar la política económica de Javier Milei. La respuesta es simple: no alcanza la plata porque somos pobres. Algunos, pobres de verdad y otros, en relación a sus expectativas.
Nadie dijo que eliminando la inflación alcanzaría la plata. Eso sería magia. Pero para magia dejemos a la expresidenta Cristina Kirchner, que de conejos y galeras sabe un montón. Al bajarla se eliminó el impuesto a la pobreza que ella y sus equipos económicos implantaron sobre quienes menos tienen, favoreciendo la especulación. Recuperar la moneda es solo el primer paso para que la economía funcione, el ahorro crezca y también la inversión. La plata solo alcanzará cuando aumente la productividad del trabajo argentino y eso requiere transformaciones de fondo.
Una metáfora puede ser útil. Imaginemos que los 47 millones de argentinos dedican sus esfuerzos diarios a pedalear en una bicicleta de ruedas cuadradas, cuyo manubrio está cruzado, los pedales a distinta altura y su asiento, inclinado. Cada cual estará convencido de que su tarea merece una retribución conforme a tantos madrugones y sudores cotidianos. Pero la plata no alcanza. ¿Por qué? Porque a través de los años, su constructor (la política) ha cedido al interés de proveedores amigos a cambio de apoyos gremiales, aportes de campaña u obsequios personales. Y cada cual fue indicando dónde instalar las ruedas, el manubrio, el asiento y los pedales, en función de su propio beneficio. Al completarse la bicicleta mal armada, su capacidad de avance es limitadísima, por más esfuerzo que hagan los voluntariosos ciclistas. Sin embargo –y aquí está el problema– cada persona que diariamente pedalea, tiene la convicción de que su trabajo es provechoso y reclama mejoras pues “la plata no alcanza”. Ni qué hablar de los jubilados.
En la gran carrera de la subsistencia humana, la bicicleta argentina avanza muy poco en comparación con otras, que andan más rápido y con menores agobios. Para peor, su carga siempre aumenta por mayores exigencias colectivas: nuevos derechos, nuevas necesidades, la vida prolongada y las nuevas prestaciones públicas, además de las ya conocidas y siempre expandidas. Modificarla será difícil pues el paso del tiempo ha creado situaciones casi irreversibles, vinculadas al empleo. Son tantos los barrios, comercios, escuelas y clubes que dependen de ese rodado contrahecho, que la política no se atreve a corregirlo, buscando siempre atajos para calmar reclamos, llámense emisión, deuda externa o nuevos tributos, como la recordada 125.
Abusando de la metáfora, evocaremos un barco hundido. A pocos días del naufragio, es posible reflotarlo y restaurarlo sin mayor costo que el guinche y el malacate. Si se lo deja medio siglo bajo el agua, toda una comunidad de seres vivos se desarrollará en su interior, como moluscos, peces y vegetales. Al sentir la tensión del cable izando hacia arriba, todos se opondrán con paros, marchas y amparos judiciales. La convocatoria para proteger el ecosistema atraerá militantes de todo tipo y el rescate será execrado como modelo neoliberal de miseria planificada.
Sin embargo, no hay forma de escapar a esta restricción de la realidad. La plata solo alcanzará cuando aumente la productividad de la economía y esta lo hará cuando reformas estructurales pongan las partes de la bicicleta en su lugar, se queje quien se queje. La izquierda sostendrá que esas reformas perpetuarán la explotación burguesa, ya que no modifican las instituciones del capitalismo y que la solución es quitarle al rico para darle al pobre, como se hizo en Cuba. Pero en la isla castrista ese zarpazo sobre la propiedad privada solo instauró un régimen de incentivos equivocados, hasta sumergirla en la dramática pobreza actual. El kirchnerismo pergeñó el llamado impuesto a la riqueza y solo logró fugar capitales, como en La Habana. De mayor productividad, ni una sola palabra.
Si la clase política apoyase reformas estructurales para terminar con los impuestos distorsivos, los privilegios indecorosos y los abusos sindicales, el riesgo de devaluación estaría conjurado
Hay sectores de la sociedad que “viven en otro mundo”, con ingresos y gastos disociados de lo que realmente aportan al conjunto. Se cobijan bajo normas que obligan a pagarles lo que no valen creando costos rígidos para los demás. Son las ruedas, el manubrio, el asiento y los pedales trastocados que dificultan el esfuerzo colectivo. Se encuentran en los tres poderes del Estado y en sus empresas; en los poderosos sindicatos y sus aportes compulsivos; en las industrias sobre protegidas; en profesiones con honorarios intocables y en el submundo de quienes viven de la “industria del juicio”. Sin olvidar los abusos del federalismo, que nutre distorsiones provinciales y municipales con imposiciones que ahogan a quienes tienen actividades interjurisdiccionales y aspiran a ser competitivos.
Es inmoral que esa situación se perpetúe en la Argentina, cuando el mundo entero se esfuerza por no perder la carrera de la modernidad para que la plata alcance a sus ciudadanos. Los países enfrentan el cambio climático, el desafío industrial chino, la autonomía energética, el dominio de la IA, los conflictos armados, el abandono del multilateralismo y las sanciones de Donald Trump mientras aquí, los políticos divagan y los dirigentes reclaman. Pero la plata no alcanzará mientras forcemos a los argentinos a pedalear en una bicicleta destartalada, por presión de grupos de interés.
Sin reformas estructurales los inversores nos observarán con desconfianza pues, mientras los desequilibrios se mantengan y la bicicleta no se arregle, continuará el riesgo de perderlo todo en la próxima crisis. Solo se arriesgarán en actividades extractivas, bajo el paraguas del RIGI. Pero ello no resolverá la situación de los comercios, industrias y servicios que dan empleo en el país a menos que todos queden desocupados, cobrando una pensión universal para subsistir.
Los recientes cimbronazos cambiarios reflejan la duda sobre la viabilidad de los cambios necesarios para no recaer, volviendo a los atajos. El temor a que una flotación conlleve una devaluación se basa en esa sospecha. Si la clase política apoyase reformas estructurales para terminar con los impuestos distorsivos, los privilegios indecorosos, los abusos sindicales y tantos otros desvíos de riqueza en provecho de pocos, el riesgo de devaluación estaría conjurado. Y si se comenzase con el régimen de Tierra del Fuego, percibido como un test de la gravitación de los lobbies sobre la gestión libertaria, mayor sería la credibilidad de los anuncios.
El mundo actual es impiadoso. A nadie le importa que la plata no nos alcance, si no sabemos hacernos cargo. La Unión Europea adopta el Informe Draghi (2025) como brújula para la competitividad asumiendo sus costos, aunque sean dolorosos. Los bloques asiáticos, de capitalismo autoritario, no permiten sindicatos politizados ni medidas de fuerza para voltear gobiernos. Su objetivo es mejorar el nivel de vida de poblaciones inmensas, basados en la disciplina y la productividad a costa de libertades públicas. Ninguno llorará por la Argentina, si vuelve a fracasar.
Solo si tomamos en serio el desafío de una transformación radical se podrá salir de la pobreza con empleos dignos, viviendas con infraestructura, educación de calidad y atención sanitaria oportuna y eficaz. Y entonces, la plata alcanzará.