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Pueblos para enamorarse en plena campiña, entre castillos, olivos y cipreses

La película La quimera sigue a una banda de ladronzuelos italianos liderados por un arqueólogo inglés que se dedica a saquear tumbas etruscas en la Toscana rural de la década de 1980. El inglé...

Pueblos para enamorarse en plena campiña, entre castillos, olivos y cipreses

La película La quimera sigue a una banda de ladronzuelos italianos liderados por un arqueólogo inglés que se dedica a saquear tumbas etruscas en la Toscana rural de la década de 1980. El inglé...

La película La quimera sigue a una banda de ladronzuelos italianos liderados por un arqueólogo inglés que se dedica a saquear tumbas etruscas en la Toscana rural de la década de 1980. El inglés marca el lugar y los tombaroli cavan hasta encontrar ajuares funerarios de la nobleza etrusca, que roban y venden en el mercado negro del arte. Leí que la directora alemana, Alice Rohrwacher, creció en la Toscana escuchando historias de tumbas secretas y tesoros ocultos.

La Toscana de La quimera no es la misma que veo en este viaje. Pasaron más de 40 años desde los 80 y, a esta región, como a tantas otras, le pasó el turismo por encima. Sin embargo, el paisaje rural de colinas y cipreses; de pueblos medievales y borgos alrededor de un castillo; de trigales, viñedos y olivos todavía late bajo las capas superficiales que insisten en convertirlo en un decorado. Y quedan tumbas etruscas en las entrañas de la tierra. El año pasado descubrieron otra del siglo VII a. C., con murales y sarcófagos trabajados. Al sur de la región, en el límite con la provincia de Lacio, hay sitios arqueológicos y, en Cortona, un museo etrusco.

Hasta el siglo I a. C., la Toscana era parte de Etruria, la primera gran civilización de la península itálica. Etruria derivó en Tuscia en tiempos romanos y luego en Toscana, el nombre moderno. Siempre, la referencia al pasado etrusco.

Un párrafo de datos para ubicarse en el mapa. En el centro del país, a unos 300 kilómetros de Roma, la Toscana es una de las 20 regiones italianas. Tiene 10 provincias donde viven cerca de cuatro millones de personas, y la capital es Florencia, la ciudad del Renacimiento. La región incluye un porcentaje pequeño de Apeninos, pero la definen las colinas suaves y la costa del Tirreno, escarpada en Monte Argentario, plana en la Maremma y populosa hacia Livorno. La región toscana sigue en el mar a través de siete islas. Elba es la más grande y conocida por el destierro de Napoleón en 1814 y Giglio, con mar azul turquesa y algunas calas preciosas, es ideal para recorrerla en motorino.

La economía se basa en la agricultura y el turismo, que tomó envión después de películas como El paciente inglés (1997), Gladiador (2000) y Bajo el sol de la Toscana (2003), filmadas en esta región.

Ahora mismo falta poco para el mediodía en Pienza, un pueblo de Val d’Orcia, y tengo que dar un rodeo para entrar en la iglesia de San Francisco porque están filmando otra película y hay calles cortadas, equipos de filmación y cables gruesos desparramados sobre la piedra antigua.

El pueblo de Pío II

Un chico que trabaja en la película me indica cómo llegar a la iglesia. Le pregunto si sabe de qué película se trata y qué actores trabajan, pero no tiene idea. “Es una comedia romántica”, es todo lo que dice. En los últimos años se transformó en el género preferido de los que filman por aquí.

La Val d’Orcia o el valle del río Orcia, en el interior de Siena, fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 2004, por la belleza del paisaje natural enriquecido por castillos, murallas, iglesias y abadías medievales.

Al llegar a la iglesia escucho un concierto de música de cámara. Me gusta encontrar este regalo inesperado. En las afueras del pueblo nació el papa Pío II, conciliador y humanista. Bajo su papado –desde 1458 hasta que murió, en 1464– se rediseñó la ciudad, se construyó una plaza con su nombre, la catedral María de la Asunción y el Palacio Piccolomini, que se puede visitar. Dicen que fue un urbanista visionario: el casco histórico de Pienza es uno de los ocho sitios Patrimonio de la Humanidad de la Toscana.

Como muchos pueblos de esta zona, Pienza está elevado para tener visión estratégica de los alrededores. Dejo el auto en un estacionamiento de abajo y subo hasta cruzar la muralla y entrar en el casco, pequeño, un concentrado de arquitectura medieval. Las casas se convirtieron en tiendas de souvenirs: cerámicas con motivos toscanos, repasadores de lino con cipreses bordados, cucharones con aceitunas y racimos de uvas pintadas a mano. También, ropa de diseño y productos gourmet que se suman a heladerías y restaurantes.

En Pienza viven unas mil personas, la mayoría de más de 50 años; el resto viene a trabajar o a pasear. Por la tarde conversaré con Adriana, una mujer de 80 que salió a la puerta de la casa con un banquito. Se sentó a ver cómo pasa la gente por la calle principal: Corso iI Rossellino, en homenaje al arquitecto Bernardo Rossellino que trabajó para el papa Pío II. La calle cruza el centro histórico. Huelo romero, albahaca, lavanda, tomillo. Hay canteros de geranios y a veces salen las ramas de las ventanas. Las flores y las hierbas toscanas le dan vida a la piedra color Siena. Adriana se sienta y mira a la gente que va y viene. La mayoría habla en otros idiomas.

–Vengo a guardare la passeggiata– dice sin prestarme atención.

Unos días antes de hacer este viaje vi otra película, mala, rodada en la Toscana, y dejé por la mitad una más, nada tentadora. Todas, comedias románticas. ¿La Toscana es el sitio ideal para el romance?

Se me ocurre entrar en una inmobiliaria pequeña que encuentro en una calle lateral a ver cuánto cuesta una propiedad en Pienza. La empleada tiene ganas de conversar. Cuenta que, después del Oscar de El paciente inglés, llegaron muchos turistas a conocer la región. Dice que era otro turismo, de calidad, y que las películas de ahora sólo “aportan masa”.

–¿Viste Una casa en la Toscana?

No la vio, pero sabe a cuál me refiero y, como buena italiana, responde con una mueca contundente: los dedos como un revólver adentro de la boca.

Comenta que la región está perdiendo identidad y se está pareciendo a un trampantojo.

–Muchos la visitan y se van sin captar la esencia.

Pasa una turista con un cucurucho de chocolate en una mano y un paquete de pasta en la otra. No cualquier pasta: pici, la pasta toscana que probé hace un rato en la trattoria Latte di Luna, con mesas en la calle, cerca de la muralla. Pici con funghi porcini y queso pecorino. Nada de mantel blanco; un bodegón sencillo, puro sabor. Los funghi porcini (Boletus edulis) son unos hongos petisos y gorditos; les dicen “el hongo calabaza” y crecen en todo el país. Los vecinos los juntan: deben aprender cuáles cortar y respetar las normativas, por ejemplo, que el sombrero tenga más de cuatro centímetros de diámetro.

Al lado, unos estadounidenses pidieron pici al aglione con ragú. En un par de días, en la feria de los viernes en Montalcino veré el aglione di Valdichiana, una variedad de ajo enorme –llega a pesar casi un kilo–, de color blanquecino y sabor suave. Quisiera que los vecinos fueran familiares para probar un bocado de su plato.

–¿Y cuánto cuesta una casa en Pienza? –le pregunto a la empleada.

–Ahora tengo en venta grandes propiedades, de 10 o 12 habitaciones, para hacer inversiones en hotelería. Rondan el millón de euros.

Camino dos cuadras hasta el punto panorámico de la Val D’Orcia, donde encuentro las vistas de las películas que transcurren en la Toscana: colinas verdes o amarillas según la época del año, cipreses alineados en torno a una construcción medieval, el campo trabajado y, en el horizonte, el monte Amiata. El paisaje combina la naturaleza y el arte de la arquitectura medieval; ese es el encanto.

La via Francigena y la abadía de Sant’Antimo

Ayer en Monteriggioni crucé a un grupo de chicas de menos de 20 años con mochilas grandes. Hacían la via Francigena, una antigua ruta de peregrinación de Canterbury a Roma. En los últimos años está ganando fuerza, como un Camino de Santiago italiano. La ruta original sigue la que hizo el arzobispo Sigerico el Serio en el año 990 para ver al papa Juan XV. Tiene cerca de 2.000 kilómetros y atraviesa zonas de Inglaterra, Francia, Suiza e Italia. El arzobispo caminaba unos 20 kilómetros por día y registró su viaje en un diario que se convirtió en el testimonio que permitió reconstruir la ruta medieval que hoy es un itinerario cultural.

Además de las chicas, que no dan más de cansadas, en Monteriggioni veo otros peregrinos y albergues dedicados a los peregrinos, misa para peregrinos y restaurantes con menú del peregrino.

Monteriggioni es un pueblo mínimo, amurallado en el siglo XII por la República de Siena para resistir los conflictos con la vecina Florencia. Desde los portales de la muralla se logran vistas a los campos de olivos que esta tarde, con la luz de una tormenta, se ven aún más plateados.

Mañana, después de pasear por Montalcino y comer un budino di riso en una pasticceria, también encontraré peregrinos en la abadía de Sant’Antimo, vecina a Castelnuovo dell’Abate. La abadía impresiona por el tamaño, la arquitectura –románico toscano– y el tiempo que ha pasado desde su construcción, que fue alrededor del año 750. Allá por el 1100, el conjunto monástico llegó a poseer territorios, estancias, molinos, iglesias y castillos. El abad, con título de conde, era un señor poderoso.

En el patio de la abadía encuentro a Catalina, una monja mexicana que vive hace unos años acá, junto con otras tres hermanas mexicanas. Pertenece a la orden de las Misioneras de San Juan Bautista. No disimula la alegría de conversar con una latinoamericana. Me cuenta que en esta época no se ordenan hermanas.

–No encontramos nuevas vocaciones– dice, algo que ya escuché en conventos de España.

Las guerras entre los reinos de Siena y Florencia se extendieron a lo largo de varios siglos, y la abadía perdió tierras y poder. Después estuvo abandonada mucho tiempo y, algunas décadas atrás, en los años 90, la ocuparon unos monjes franceses que trabajaron en su reconstrucción.

En el patio trasero encuentro un local de venta de cremas y productos naturales elaborados a partir de hierbas toscanas. Compro una crema de lavanda y un jabón de tomillo y romero. También venden delicatessen y aceites de oliva de la zona. No muy lejos de aquí, en Seggiano dicen que se produce el mejor aceite de oliva de la Toscana.

San Quirico d’Orcia

Ojo: las rutas toscanas requieren máxima atención por las curvas y contracurvas constantes. También hay que prestar atención a los carteles de señalización. A veces salgo mal en una rotonda y termino en un camino secundario. Esos caminos de tierra clara –strade bianche– que aman y defienden los creadores de Eroica, un encuentro de cicloturismo clásico, inspirado en “la belleza de la fatiga y la emoción de la conquista”. En 2026, Eroica Montalcino será el 31 de mayo, para pedalear en bicis antiguas (hasta 1987) y hacer amigos. Mientras estaciono el auto me imagino que soy parte de ese pelotón retro que celebra la cultura toscana.

Llegué a San Quirico D’Orcia. Decidí parar a pesar de que ya hay poca luz para las fotos y me esperan en el castillo (no un príncipe, la gerente de Comunicación). Subo por las piedras gastadas hasta la calle principal.

Quedan pocos turistas. Una mujer sale al patio a descolgar la ropa de la soga y una pareja de locales toma un Aperol en un bar. Pido un helado de nocciola, y qué bien combina con pistacchio. Alguien me recomendó que visitara los jardines leoninos, lo recuerdo cuando veo el cartel. Más que los jardines, me llama la atención una serie de mujeres mayores sentadas en un banco largo de piedra frente a los jardines. Cuento nueve, una al lado de la otra. Algunas con bastón.

La ubicación es estratégica: pueden ver quién entra a la iglesia y quién al bar. Igual que Adriana en Pienza, salen a ver el devenir del pomeriggio en el pueblo.

Me gustaría hablar con ellas, escucharlas. En este momento quisiera no ser turista. La que está sentada en la punta tiene el pelo rubio oscuro y brushing de peluquería. Blusa, saquito, un collar de perlas que no son chinas y un dije. Las piernas cruzadas. La de al lado, canas y el gesto cansado.

Aunque miran para otro lado, están pendientes de mis movimientos. No recuerdo qué les pregunto para romper esa tensión entre el que llega y el que está. A los dos minutos estamos hablando como si nos conociéramos. La más elegante, la del brushing, toma la voz cantante: ella habla en italiano y yo en itañol. Giuliana tiene 90 años. Nació acá, en San Quirico, pero vive en Florencia. Le gusta la ciudad, la mantiene activa y curiosa. Vive sola y cuando debe hacer algo importante como el otro día, que se operó de cataratas, la acompaña una amiga (le quedan tres allá, y las de pueblo, que están ahora sentadas con ella).

Dice que este año vinieron menos turistas y los que hay morde e fuge, non lascia soldi (“pican y se van, no dejan plata”). Cuenta que la gente, los toscanos, espera a gli americani ricchi, que son los que tienen dinero. Habla de Trump (propriamente lo detesto), de la inmigración (“esas personas están desesperadas, por eso vienen, igual que nosotros nos fuimos en el siglo pasado”).

El resto de las mujeres escuchan, a veces sonríen o asienten. No hablan. Giuliana mira a la lontananza y me cuenta que su único hijo murió de un infarto hace años. Su marido no lo pudo soportar y también se fue. Io sono rimasta, sono qui. E me piace vivere.

Las charlas con la gente del lugar, las historias reales, me recuerdan que la Toscana no es una escenografía.

Datos útilesSant’Angelo in ColleIl Pozzo Piazza Castello s/n. T: +39 0577 84415. Es el restaurante más cercano a Banfi y una excusa para pasear por un pueblo mínimo y precioso. Familiar, con las mesas en la plaza, buen lugar para probar un Brunello di Montalcino. Abierto para almuerzo y cena temprana (cierra a las 21). Alrededor de € 40 por persona, sin vino.MontalcinoCaffè Fiaschetteria Piazza del Popolo, 6. T: + 39 0577 849043. El bar emblemático del pueblo, abierto en 1888. Ideal para pedir un café –mejor por la mañana– y sentarse en la terraza, sobre la calle, para ver el transcurrir del pueblo toscano.Casanuova delle Cerbaie Podere Casanuova delle Cerbaie 335. T: + 39 328 8170541. Un podere es una finca, en este caso con tres viñedos que se utilizan para producir vinos premium en un terroir de alta mineralidad. La visita de una hora con la degustación guiada de los cuatro vinos representativos, y del aceite de oliva, cuesta € 35. Una degustación vertical de tres añadas elegidas de Brunello di Montalcino y por último el vino insignia Riserva Vigna Montosoli, € 75.Teatro pobre En Monticchiello, los habitantes son actores, guionistas y directores del Teatro Povero o Teatro Pobre, un proyecto cultural nacido en la década de 1960 que consiste en representar en la plaza y en espacios abiertos del pueblo obras que cuentan su historia. En aquellos primeros años de posguerra, hablaban del aislamiento y las carencias. Los temas han ido cambiando con los años, reflejando las preocupaciones e inquietudes de los habitantes. Además de las representaciones teatrales, que suelen tener un costo accesible, hay laboratorios de teatro para niños y adultos que a menudo son gratuitos. PienzaPalacio Piccolomini Pozzo Piazza Pio II. T: + 39 0577 286300. Gran edificio renacentista proyectado por Bernardo Rossellini. De tres pisos, con jardín con setos y esculturas, y vistas preciosas de la Vall D’Orcia. El papa Pío II lo utilizaba como residencia de verano. € 7.MontalcinoTemplo del Brunello Iglesia de Sant’ Agostino. Museo interactivo para conocer la historia y las características de uno de los vinos más representativos de Italia. Al final de la visita inmersiva, una degustación guiada en la enoteca del claustro. Desde € 29.Pan y vino

Llama la atención el pan toscano por su falta total de gracia. Me explican que el pan toscano no lleva sal por el sabor intenso del queso pecorino, el prosciutto, las aceitunas, el tartufo, el aceite, las salsas, todo lo que se apoya en el pan y tiene tantísimo sabor. Con el paso de los días encuentro otra explicación. Dicen que, durante la Edad Media, la sal escaseaba y los impuestos que cobraba Pisa por ella eran tan altos que los campesinos prefirieron hacer el pan sin sal antes que pagarlos. La cocina toscana es campesina, con ingredientes de kilómetro 0 y recetas que pasan de generación en generación: pasta, quesos, cazuelas con porotos y repollo negro, frutas, hortalizas, pan y vino. Simple y deliciosa.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/revista-lugares/pueblos-para-enamorarse-en-plena-campina-entre-castillos-olivos-y-cipreses-nid14122025/

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