Rubén Magnano: “No hay nombre propio que supere el nombre del equipo”
En agosto de 2004, la Selección Argentina de Básquet se enfrentó a Serbia y Montenegro –uno de los favoritos de aquel grupo– en lo que fue su debut olímpico en Atenas. El conjunto nacional ...
En agosto de 2004, la Selección Argentina de Básquet se enfrentó a Serbia y Montenegro –uno de los favoritos de aquel grupo– en lo que fue su debut olímpico en Atenas. El conjunto nacional estaba debajo en el marcador por un punto y los segundos finales alimentaban una tensión que iba de cero a cien, como si se acelerara el motor de un Fórmula 1. Antes de que la chicharra decretara que no había más tiempo, Manu Ginóbili, luego de recibir un pase desde la mitad de cancha, se tiró en “palomita” y anotó el doble que otorgó el triunfo inaugural y abonó el camino hacia la medalla dorada.
La explosión de los argentinos que estaban en el estadio no fue ajena a Rubén Magnano, entrenador y arquitecto del plantel al que se conoce como la “generación dorada”, con Ginóbili, Alejandro Montecchia, Fabricio Oberto, Walter Herrmann, Gabriel Fernández, Hugo Sconochini, Luis Scola, Leonardo Gutiérrez, Andrés Nocioni, Carlos Delfino, Rubén Wolkowyski, Juan Ignacio Sánchez.
La algarabía se apoderó de su cuerpo, no pudo ni siquiera con sus propias estructuras y, lejos de las etiquetas que lo asociaban a una seriedad infranqueable, mientras el equipo se eternizaba en una montaña de abrazos corrió una especie de vuelta olímpica con las rodillas en alto, como si estuviese ensayando una entrada en calor, y dejó para la historia uno de los festejos más emblemáticos del básquet.
Ese año la selección de básquet obtuvo la ansiada presea dorada y dejó en el camino a las mayores potencias de este deporte: Grecia, Estados Unidos –el temible “dream team”– e Italia. El nombre de Magnano pasó a la historia de los grandes entrenadores y su carrera escaló hacia lugares insospechados. En 2010, recibió el Premio Konex de Platino al mejor técnico de la década en la Argentina y, en 2011, el Comité Olímpico de Brasil lo distinguió como mejor entrenador del año.
Previo a eso, al frente de la albiceleste consiguió el Campeonato FIBA Américas de 2001, el Sudamericano de ese mismo año, el subcampeonato en el Mundial de Baloncesto de Indianápolis 2002 y el título en el Sudamericano de 2004. Pero su labor no solo creció por los éxitos, sino también por su gran cualidad pedagógica y su llegada a las personas. Sus charlas técnicas, más que motivacionales, han sido parte de una formación colectiva en la que se ha cultivado la palabra “equipo”.
“Tengo la certeza de que hay un medio que se escribe con mayúsculas, un nombre propio que nos permite logros impensados. Ese medio es el equipo. Es lógico, hay que seleccionarlo y conformarlo. Tiene que haber una elección de personas con alto grado de compromiso que saben cuál es el camino, que conocen y aprenden que los resultados obtenidos son el producto del trabajo colectivo. Las mieles de la victoria y los sabores amargos de la derrota los tomamos como propios”, dijo Magnano en 2019, en una charla TEDx que se hizo en Córdoba y en la que aprovechó para hablar de la concepción del éxito, el trabajo en grupo y el compromiso.
“El todo es mayor que la suma de las partes, el ‘nos’ por encima del ‘yo’. Jugamos como entrenamos, entonces entrenamos como jugamos. Nadie juega con el esfuerzo de un compañero. Muchos equipos están limitados por el grado de compromiso que ellos tienen. Esos límites pasan por la capacidad de comprometerse. El compromiso te transforma los sueños en realidad, con satisfacción de trabajar juntos y orgullo de pertenecer”, fue otra de las cosas que destacó el entrenador en esa charla.
Magnano nació en Villa María, Córdoba. Estudió profesorado de Educación Física y, antes de volcarse al básquet a tiempo completo, gran parte de su niñez jugó al fútbol. En realidad, como aclara, hizo varios deportes –”hándbol, un poco de atletismo, voleibol–. Pero los dobles y los triples lo terminaron de obnubilar por herencia familiar y eligió quedarse con la pelota que se encesta en la canasta.
Trailer Docu Prueba Con Titulos Merge(1)“Papá, mi tía y mi mamá jugaron básquet. Tiene que ver con el ADN, ni bien tuve la chance de acercarme al básquetbol empecé a jugarlo y no lo abandoné por unos años, siempre estaba presente el básquet, no es que lo tenía relegado, no tenía dónde jugarlo, ese era el problema”, cuenta a la nacion desde Córdoba, con tono pausado y la misma templanza que mantuvo en los momentos de mayor prosperidad.
Y agrega: “Recuerdo que cada vez que agarraba alguna pelota, la famosa pelota pulpo, una pelota a rayas blanca y roja, y había algún cesto, una caja, algo, tiraba y me imaginaba cómo sería, o cuando iba a alguna cancha de básquet lo tenía muy presente; por eso cuando tuve la chance, ahí comencé a jugar”.
El año último, todavía con 69 calendarios, indicó que se retiraba de su trabajo de entrenador. “No dirijo más. No sé si me tendré que morder la lengua, pero un poco como dicen ‘he colgado los botines’”, sentenció en una entrevista con Súper Deportivo Radio, y dejó en claro que su tiempo hoy está dedicado a la familia y a sus amigos. Un presente donde la felicidad está centrada estrictamente en ver a su nieta saltar y en un beso de su mujer antes de irse. “La felicidad pasa por uno mismo”, dice.
Alejado de su rol de entrenador, se mantiene en el andarivel de su función vinculada con lo formativo y pedagógico. De charlas a deportistas para que no bajen los brazos pasó al terreno de lo empresarial y amplió su espectro. Su capacidad oratoria para generar estímulo es su mayor seducción pero, sea el ámbito que sea, nunca se olvida de resaltar la importancia del trabajo en equipo, el esfuerzo y la capacidad para afrontar desafíos.
Ese es el punto de partida del profesor de educación física que supo cosechar grandes éxitos y sostener una gran justificación dentro de su labor: los talentos individuales por sí solos no garantizan nada.
–¿De qué manera describiría los efectos motivacionales que se producen en sus charlas?
–Si bien es cierto que las charlas tienen un alto grado de expectativas debido, seguramente, a los importantes resultados obtenidos, básicamente mi propósito es que las personas involucradas nos escuchen, observen, perciban y analicen a través del relato, de las imágenes, de cómo fue el camino recorrido donde, de pronto, los porqué cobran un valor agregado muy especial. Tengo una particular manera de ver la motivación, por eso siempre digo que esta distinción empieza a cobrar cuerpo el mismo día que se comienza a trabajar. En ese momento comenzamos a motivarnos, quien dirige, quien es dirigido, proporcionándole la posibilidad y el desafío, desafiándolo a que diariamente amplíe su campo de acción, amplíe y mejore sus habilidades. Esa es la verdadera motivación y ese es el mensaje que doy al respecto en las charlas.
–¿Qué tipo de aprendizaje recibió a lo largo de esta profesión?
–Estimo que es innumerable la cantidad de cosas que uno aprende y una de los más importantes, el secreto de esto, es no abandonar nunca la senda, el camino del aprendiz. Alguna vez en un gimnasio, en un entrenamiento con la selección nacional, leí una gran leyenda que decía que “donde haya alguien que quiera aprender, habrá alguien que sepa enseñar”, esto me quedó muy grabado y toma muchísima fuerza lo que significa aprender y ser susceptible, vulnerable al aprendizaje, sobre todo como conductor, como entrenador, tener el coraje de aceptar una idea, un consejo, una forma y, lo más interesante, interpretar esa situación. Creo que en este tema de la preparación que tienen las personas al hacerlo, el aprendizaje cuenta muchísimo, tiene un peso específico muy grande y nosotros, los que hacemos, tenemos que someternos a eso, entendiendo el gran potencial del cual estamos rodeados.
–¿Qué destacaría del deporte argentino?
–Mis inicios, mi profesión incluso, soy docente, profesor de educación física, y siempre más allá del lugar donde me ha tocado trabajar, un aula, un patio, una cancha de básquet, un auditorio, siempre ha estado presente el aspecto docente y es ahí que el deporte lo tomo como una herramienta sumamente importante dentro de la educación. Tenemos una célula de tanta valía y tan arraigada a nuestra sociedad, es más, pienso que está inserta dentro de nuestro ADN… Me refiero a los clubes, generadores inagotables de valores y desarrolladores de talento, creo que es el gran bastión donde se apoya nuestro deporte. A veces creo desatendida esta célula y no tratada en relación con lo que ellos entrenan; creo que hoy por hoy son verdaderos quijotes que hacen posible que nuestros niños, jóvenes, practiquen algún deporte. Es esta célula que despierta un elevado sentido de pertenencia, un gran compromiso, un símbolo de crecimiento y hasta el orgullo de vestir la camiseta. Son cosas que tendríamos que analizar. Hoy por hoy estamos en las manos de estas instituciones.
–¿Y en el básquet nacional?
–Nosotros tenemos una estructura, la disciplina tiene una estructura y creo que tal vez ese sea el común denominador en varios deportes. Una estructura con una unidad madre en el club, que es lo que nos sostiene, fortalece, nos hace crecer, nos hace esperanzar, nos contiene, nos educa y ojalá tengamos miles de Lunas de Avellaneda, por ejemplo –hace referencia a la película de Juan José Campanella de 2004, en la que un club de barrio está a punto de ser rematado y sus socios activos se resisten a la privatización–. Esta célula madre logra, y ha logrado a través de la historia de los años, inocular en el ADN del ser argentino el concepto de club, lo cual acrecienta terriblemente el sentido de pertenencia. Ver a un papá que está cobrando entradas, pintando, etcétera. A pesar de que la gente cree que eso no se ve, el niño, el joven no solo absorben un pase, un tiro, una defensa; absorben todo lo que está sucediendo alrededor y eso va creando una situación bastante fuerte y una comunión entre los personajes…
–¿Entre qué personajes?
–La estructura no solamente se queda ahí, porque si no tuviese los capacitadores, los docentes, los maestros, los profesores, los entrenadores, esa estructura se desvanecería. Históricamente esta estructura está constantemente preparando personal para atender la materia prima, que son los entrenadores argentinos. Pero también tiene una vitrina que es la Liga Nacional con sus diferentes niveles, esta vitrina que también era, por ejemplo, nuestra selección nacional, que oficiaba como agente multiplicador. Hoy, hace meses atrás, no la pudimos disfrutar en ningún juego olímpico, en un mundial, y eso también creó un interrogante, pero a pesar de eso creo que lo más importante es que el básquet está vivo, que tiene una presencia y una visibilidad.
–Si se piensa en esa estructura de club que marcás, ¿cómo se transmite el sentido de pertenencia?
–En toda estructura laboral estamos hablando de diferentes situaciones, un club es un contexto bastante especial, pero tranquilamente encaja de pronto en lo que puede ser un ambiente laboral común: están las personas que acompañan, que conducen y van creando este sentido de pertenencia. Hay distinciones y variables que hacen a un individuo. Hay que entregarles los elementos para que el individuo, la verdadera materia prima, salga con una libertad de toma de decisiones, y eso te da el lubricante de toda esta historia.
–¿Pero cómo se logra eso?
–El tema es el análisis del camino que se hace. Comenzás tu camino con normas, con reglas de funcionamiento, enseñando técnica, proponiendo tácticas, estrategias, pero sobre todo inculcando valores. Yo entreno con un joven, o con un jugador, entrenamos, proponemos y lo desafiamos en un aspecto de juego en el que él no está fuerte y le vamos dando las cosas para que evolucione. Indudablemente, a la hora de mostrar el modo de ejecutar, si él acierta en la toma de decisiones que tuvo seguramente va a ser bien visto, pero así yerra, exactamente esa palmada o ese estímulo tienen que estar presentes para alimentar la confianza que mencionaba anteriormente. O sea, el tener el coraje de tomar decisiones, ese es un poco el conductor y orientamos hacia eso. De qué te sirve trabajar tanto, darle la herramienta y al mínimo error o al desacierto que sea desconsiderado o castigado. Un jugador que llegaba media hora antes, se iba media hora después tratando de perfeccionar las cosas, hace un trabajo coherente. No es lo mismo que aquel que marca tarjeta, la percepción del orientador tiene que ir observando estas actitudes, que para mí son fundamentales. Esto es toda una construcción, no es una charla de vestuario.
–¿Esa fue la clave para llegar a la Generación Dorada?
–Indudablemente, estamos hablando de tiempos cortos, un proceso de cuatro años, pero si te ponés a evaluar la cantidad de días que hemos estado juntos, incluso compitiendo, preparándonos, no son tantos. La hazaña creo que ha sido entender primero qué propósito teníamos, haber sido humildemente inteligentes. La hazaña está en haber aprovechado ese lugar y ese momento, cuando a vos te dejan la posibilidad tenés que tomarla, tenés que tener la capacidad de tomarla, pero para eso se tienen que dar algunas cosas interesantes. Siempre hago una referencia a lo que es estar listo, preparado, son cosas totalmente diferentes, y este equipo tuvo la capacidad y esa humildad inteligente de prepararse para ir en búsqueda de lo que se salía a buscar. Y para eso el entrenador tiene que ser acertado en la propuesta, porque de pronto, si no sos acertado, tenés un camino corto. Sin embargo, acertaron la propuesta, trabajaron durísimo, se prepararon y, cuando tuvieron la posibilidad, echaron mano a esa posibilidad, lo que es una gran virtud. Cabe destacar que era un equipo con un talento importante.
–Cuando se refiere a la propuesta y la aceptación de la misma, ¿cuál es el camino que tuvo que enfrentar para alcanzarlo?
–Estuve ocho años de primer asistente técnico en la Selección Argentina, del 92 al 2000. A eso lo denomino mis tiempos de trinchera, porque me permitieron percibir muchas cosas, me dieron cátedras que tomaba en cada entrenamiento, en cada juego, y uno va haciendo el ojo, como dicen en el barrio. Cuando llegó el momento en el que me ofrecieron hacerme cargo de la selección, me ayudó muchísimo para establecer cuáles iban a ser mis normas, en definitiva, cómo iba a transitar el camino. Y esas normas fueron acertadas, creo que hay un paso inicial ahí muy importante, hay una toma de decisiones difíciles, pero recién cuando tomás una decisión comenzás algo. Una vez que la tomaste te hacés cargo de la decisión, pero me parece interesante que se entienda algo: el grueso se edificaba dentro del campo de juego, en el día a día.
–¿Qué referentes recuerda de aquella época?
–Jamás doy un nombre propio: el gran referente ahí es el equipo. Básicamente, líder era el equipo, incluso cómo se comportaban entre ellos.
–¿Qué valores cree que determina el básquet para la vida?
–Este sentido de pertenencia conlleva, sin lugar a dudas, a un altísimo grado de compromiso para el propósito que se tiene. Ser una persona comprometida, con mucho coraje, incluso a la hora de tomar decisiones: el coraje de saber que siempre vas a estar aprendiendo, y eso tiene que ver básicamente con lo que te proponés en el aprendizaje diario, las nuevas cosas, que a veces no son tan sencillas. Tenés que transitar momentos de incertidumbre, nebulosos. Ahí está el verdadero valiente, el que transita bien para que se produzca este aprendizaje, se lo ve incluso en jugadores jóvenes, muchos de ellos atacados por el tema de la vergüenza, por ejemplo, batallar contra eso. Pero nuestro equipo tenía distinciones muy claras; por ejemplo, la equidad: no había nombre propio que superara el nombre del equipo, eso va creando un ambiente saludable. Entender que el talento por sí solo no te garantiza el éxito si no lo apuntalás con trabajo; la hora de trabajo cobra una fuerza significativa a la hora de marcar algo, el esfuerzo.
–¿Qué más promulgás?
–Otra de las cosas que yo promulgo mucho es intentar disfrutar el esfuerzo, tener una cultura fue una de las normas que me propuse, una cultura del esfuerzo. Pero eso era en el día a día. El primer día de trabajo esas cosas no se negociaban. La intensidad, el trabajo, la concentración, la equidad eran elementos que apuntalaban. Esto cobra fuerza por aquello primario de la aceptación, fui yo quien determinó las normas, las reglas. Y haber aceptado eso, más allá del paladar que producía, porque de pronto puede producir incomodidad. Por eso aquello que decía de la humildad inteligente.
–En lo que respecta a batallar la vergüenza, ¿a qué se refiere?
–Me sitúo en un ámbito no tan de excelencia: la vergüenza al error, la vergüenza a preguntar en público. En un grupo de 12 o 15 jugadores hay alguno que quizás no haya entendido, entonces cobra fuerza pedir que se lo expliquen, cobra fuerza el porqué lo hacemos, cómo, dónde lo hacemos… Voy a utilizar una frase: ¿alguno se quedó con alguna duda de todo lo que vimos? Si de 300 personas nadie levanta la mano, eso realmente no se daría jamás. El tipo conocedor dice: gente, es preferible parecer tonto un segundo que quedarse tonto para el resto de la vida, haciendo alusión justamente a que la vergüenza le está impidiendo que le respondan la duda que tiene y que nadie más se la va a responder porque el que dio la clínica fue este entrenador, no otro. Entonces muchas veces sucede y nosotros no nos damos cuenta, por eso cuando conducís tenés que estar, percibir un poco que se entienda cuando se dice algo.
La cátedra del básquetMagnano se formó como entrenador en Atenas de Córdoba. Ahí comenzó a trazar su personalidad estratega y desarrolló un espíritu comunicacional en el que se potenció su rol de conductor. Con el griego obtuvo cuatro ligas nacionales, dos Sudamericanos de Clubes, un Panamericano y dos Ligas Sudamericanas. Fue el alquimista de una era de títulos y estrellas internacionales, el artífice de la gloria y la élite de este club cordobés que supo estar en lo más alto de la Liga Nacional.
–¿Qué significa Atenas en su vida?
–Fue un espaldarazo significativo, yo creo que todos los entrenadores tenemos un común denominador, diferentes pero comunes en un punto de inflexión, que hace que a veces las puertas se abran con mayor celeridad, o no. La cautela siempre la tuve de amiga, siempre fui muy tranquilo en eso, un poco escalón por escalón. Cuando me ofrecieron dirigir Atenas, ahí aprendí lo que es vivir 10 meses de temporada con el título de campeón en la frente. Cada práctica, cada juego, era un examen exhaustivo que tenía que dar, aparte porque estaba rodeado de grandísimos jugadores, incluso algunos ídolos, y para nadar en esa piscina había que conocer las profundidades, sabía dónde hacía pie, dónde me podía ahogar. Fue una experiencia muy significativa, también porque ganamos, si no, no estaríamos hablando, pero a mí me dio un espaldarazo importante, sobre todo tal vez para ponerme en la vitrina de los entrenadores del país y manejarme con esos monstruos. Soy un agradecido.
–Fue como hacer una carrera previa para lo que vino con la selección…
–Lógico, siempre estar en equipos de primer nivel y con jugadores de primer nivel conlleva a que te evalúen y te den tal vez alguna chance.
–¿Qué le dio el básquet?
–Me dio mucho, me forjó, casi que me atrevería a decir que el básquet se desprende en mí por la educación física. Mi idea era ser profesor de básquet, no entrenador ni director técnico, yo quería enseñar y así comenzó mi carrera, el básquetbol como una herramienta de la educación física, esa era un poco mi teoría. Es lo que me permite desarrollar un poco mi profesión. Desde la educación física se va desprendiendo todo lo que viene. Era un apasionado por el básquet indudablemente, pero lejos estaba de pensar que iba a suceder lo que sucedió. Después, transitando el camino, fui tomando decisiones para intentar que las cosas sucedan.