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Tortilla babé para olvidar la “eggflation”

De visita por Buenos Aires, esta cronista tiene una tradición inamovible: ir a un coqueto bar de Recoleta a comer una tortilla. La experiencia siempre se sintió maravillosamente decadente: boiser...

Tortilla babé para olvidar la “eggflation”

De visita por Buenos Aires, esta cronista tiene una tradición inamovible: ir a un coqueto bar de Recoleta a comer una tortilla. La experiencia siempre se sintió maravillosamente decadente: boiser...

De visita por Buenos Aires, esta cronista tiene una tradición inamovible: ir a un coqueto bar de Recoleta a comer una tortilla. La experiencia siempre se sintió maravillosamente decadente: boiserie, señoras peinadas con spray, charlas ajenas sobre el campo, o una ópera del Colón extraordinaria o que se renovó de manera espantosa. Y luego están los mozos de vieja escuela, que preguntan a qué punto se quiere el plato, ya que todo se prepara en el momento. Pedir la tortilla extremadamente babé, el sabor y la consistencia del huevo en todo su esplendor, siempre fue clave para embriagarse aún más del momento de lujo demodé.

Pero ahora, viniendo de Estados Unidos, lo fue de manera exponencial. Ocurre que aquí hubo un pico de fiebre aviar que limitó la oferta de huevos y elevó los precios a más de un 50%. The New York Times incluso planteó si los menús deberían empezar a ofrecerlo como “caviar de pollo”. En supermercados, los estantes quedaron vacíos y, en almacenes de barrio, los huevos empezaron a venderse por unidad, como cigarrillos en tiempos de guerra. La crisis alcanzó tintes de thriller fronterizo: según The Wall Street Journal, en febrero, agentes de El Paso descubrieron un gran cargamento de metanfetaminas, “pero lo que realmente los alarmó” fue la cantidad de cartones de huevos que intentaban ingresar de contrabando desde México. El Departamento de Agricultura lo prohíbe porque los huevos que no se inspeccionan oficialmente pueden propagar enfermedades, pero como son más baratos y abundantes del otro lado del Río Grande, muchos asumieron el riesgo.

La crisis alcanzó tintes de thriller fronterizo: según The Wall Street Journal, en febrero, agentes de El Paso descubrieron un gran cargamento de metanfetaminas, “pero lo que realmente los alarmó” fue la cantidad de cartones de huevos que intentaban ingresar de contrabando desde México

Así, en 2025, la “eggflation” (algo así como “huevoflación”) se instaló en el lenguaje cotidiano. Hubo debates serios: algunos estados, que exigían criar gallinas fuera de jaulas, suspendieron esas normativas. Muchos restaurantes comenzaron a cobrar un extra por los platos que llevaban huevo, o a reemplazarlo por sucedáneos. Y hubo manifestaciones más frívolas, como la nueva fiebre por criar gallinas urbanas. Hasta hace poco, el último grito era la apicultura amateur: no había mayor distinción que regalar miel cosechada en la azotea de un departamento en Park Avenue o el patio trasero de un brownstone en Brooklyn. Ahora, lo más aspiracional es tener gallinas propias. Porque no hay nada más chic que ser autosuficiente y, de paso, compartir huevos frescos con amigos y vecinos. Claro que también están los que se mantienen imperturbables ante la crisis. Los veganos, por supuesto, pero también los ovofóbicos, quienes encuentran en Alfred Hitchcock un insospechado santo patrón. “Odio los huevos, esa cosa blanca y redonda sin agujero... ¿Hay algo más repugnante que la yema derramándose? La sangre es alegre, roja. Pero la yema de un huevo es amarilla y repugnante”, solía decir el maestro del suspenso, que nunca en su vida probó uno.

La situación extrema parece haber cedido: el gobierno estadounidense destinó más de mil millones de dólares para contener el virus y estabilizar el mercado, se aumentaron importaciones y los precios bajaron. Pero se acerca Pascua, cuando la demanda de huevos (y no solo los de chocolate) se dispara, y se teme que el ciclo vuelva a empezar. Algunas empresas capitalizan con la incertidumbre, como “Rent the Chicken”. Se trata de una compañía que ofrece a sus clientes el alquiler de entre dos y cuatro aves de corral para sus casas, de modo que tengan huevos frescos cada día. Las envían a todo el país y no hay cambios de precio ni compromisos a largo plazo como los que implica comprar un animal.

Pedir la tortilla extremadamente babé, el sabor y la consistencia del huevo en todo su esplendor, siempre fue clave para embriagarse aún más del momento de lujo demodé

Mientras tanto, en Buenos Aires, la tortilla sigue saliendo babé a pedido y sin restricciones a sus componentes. Amigos de los padres de esta cronista con un piso en el microcentro tienen, desde hace años, gallinas en la azotea, pero como una excentricidad porteña para comida que sale exquisita. Un lujo que, recordado a la distancia, se disfruta con renovada gratitud.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/conversaciones-de-domingo/tortilla-babe-para-olvidar-la-eggflation-nid30032025/

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