Una vecina golpeó su puerta por un perro gravemente herido y fue el inicio de una cadena de encuentros: “Él se negaba a apagarse”
Era un día caluroso de febrero cuando una vecina golpeó su puerta. El mensaje era claro: había encontrado un perro pequeño en su patio delantero y quería saber si él conocía al responsable. ...
Era un día caluroso de febrero cuando una vecina golpeó su puerta. El mensaje era claro: había encontrado un perro pequeño en su patio delantero y quería saber si él conocía al responsable. “En ese momento, mi mundo giraba en torno a Petra, una perra fuerte y hermosa que enfrentaba un linfoma en etapa avanzada. Cada día era una lucha por mantener su ánimo y su salud”, recuerda Augusto Volpatti.
Sin embargo, aunque su atención estaba enfocada en sacar adelante a su perra, algo en su interior le indicó que debía ofrecer su ayuda. De inmediato se dirigió a la casa de su vecina y, cuando llegó, se encontró con una escena desgarradora. El pequeño perro que le había mencionado la mujer estaba gravemente herido.
“Su pata delantera izquierda estaba en estado de putrefacción y sus patas traseras y testículos presentaban lesiones severas. No lo reconocí como un perro del barrio, pero lo que sí supe desde el primer instante era que no podía simplemente darle la espalda”.
Con Petra en pleno tratamiento, Augusto sintió que no podía asumir la responsabilidad de otro animal. De modo que acordaron entre los vecinos llevar al perro al centro de zoonosis local la mañana siguiente. Pero cuando llegó el momento, Augusto fue el único que se presentó.
No perdió tiempo y, con la ayuda de un amigo, colocó al pequeño perro en un cajón de verduras y lo llevó a zoonosis. Allí los médicos veterinarios lo enfrentaron con una decisión difícil: el perro estaba muy lastimado y la cirugía necesaria para salvarlo era extremadamente riesgosa.
“Si no podía comprometerme a cuidarlo, la única alternativa era dormirlo. Eso fue lo que me plantearon. En ese instante, miré sus ojos. Había algo en él, un rayo de vida que se negaba a apagarse. Decidí hacerme cargo”, dice emocionado.
La operación fue un éxito, aunque debieron amputarle la pata delantera y curar las demás heridas. Poco después llegó la pandemia, y con los confinamientos, los cuidados postoperatorios quedaron exclusivamente en manos de Augusto.
“Día tras día, con paciencia y dedicación, lo vi transformarse. No era solo su cuerpo lo que sanaba. También empezaba a recuperar la confianza”. Así fue como Martín, el perro de tres patas, llegó a la vida de Augusto. Pero, sin duda alguna, lo que el joven no esperaba era el impacto que tendría en Petra.
“La presencia de Martín llenó a la Bull terrier de energía y alegría, algo que el cáncer había intentado robarle. Gracias a Martín, Petra vivió unos meses más con una chispa renovada, hasta que, inevitablemente, llegó el momento de dejarla ir”.
Tiempo después, aunque todavía transitaba el duelo, como Augusto no quería que Martín estuviera solo, adoptó a Pecas, una perrita de pelaje negro que había pasado cinco años en un refugio, esperando una familia. Después llegó Ichi, también rescatado.
Los tres formaron un vínculo único, una manada que demuestra que las segundas oportunidades no solo transforman vidas, sino que las entrelazan en algo hermoso. “Martín no es solo un perro; es mi compañero, mi confidente, mi mejor amigo. Su fortaleza me inspira cada día. A pesar de todo lo que sufrió, es un ser lleno de amor, valentía y gratitud. Con cada paso que da, me enseña que la vida, incluso con sus cicatrices, puede ser maravillosa. Cuando miro a Martín correr con su característico trote de tres patas, no puedo evitar emocionarme. Él es la prueba viviente de que incluso en los momentos más oscuros, puede surgir una luz que nos guía hacia algo mejor”.
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