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¿Dedos o martillos? La venganza de los generalistas

Especialistas y generalistas: ¿manos de martillo o de dedos? La conversación comienza casi siempre así: “¿y vos qué hacés?”. La respuesta a veces es sencilla: soy plomero, gastroen...

¿Dedos o martillos? La venganza de los generalistas

Especialistas y generalistas: ¿manos de martillo o de dedos? La conversación comienza casi siempre así: “¿y vos qué hacés?”. La respuesta a veces es sencilla: soy plomero, gastroen...

Especialistas y generalistas: ¿manos de martillo o de dedos?

La conversación comienza casi siempre así: “¿y vos qué hacés?”. La respuesta a veces es sencilla: soy plomero, gastroenterólogo, arquitecta, penalista, ladrón de bicicletas, pintora. Hacemos una cosa y, para sobrevivir haciendo solo esa cosa, tenemos que hacerla muy bien. Somos especialistas.

Otras veces, la respuesta es más difícil, como cuando trabajamos en un campo difuso que toma cosas de acá y de allá para resolver problemas. En este caso, los desafíos a los que nos enfrentamos suelen ser abstractos, generales, o sistémicos y, en estos casos, no alcanza con saber hacer una sola cosa muy bien. En vez de haber desarrollado una mano en forma de martillo, que son muy eficientes para lidiar con clavos, tenemos dedos, que son menos eficientes en esa tarea, pero capaces de resolver tareas más diversas. Somos generalistas.

La sociedad necesita especialistas, de esos que se vuelven expertos en uno o pocos campos con mucha profundidad, una profundidad que es inimaginable si no se conoce esa disciplina. ¿Cuánto sabe de matemática un matemático profesional? No es que puede resolver instantáneamente un problema matemático ni que conoce de memoria los primeros 10.000 números primos. No. Tiene una comprensión -incluso, una intuición- de las estructuras matemáticas en las que trabaja que es impensable para quien lo ve desde afuera. La distancia de experticia entre un estudiante que cursó una materia de matemática en una carrera universitaria científica y un investigador en matemática es muchísimo mayor que la distancia entre la matemática de un chico de primaria y la del estudiante universitario.

La contracara es que los expertos están en sus diferentes mundos. En algunos casos, eso es ideal: pueden colaborar y hacer avanzar su disciplina más allá de lo que podrían hacerlo por separado. Pero, en otras situaciones, y especialmente ante las que trascienden las fronteras de un único campo, como lo son los problemas complejos, esa separación en silos es un obstáculo.

Los expertos miran el mundo con la lente de su especialidad y, para quien tiene un martillo, todo es un clavo. Acá hace falta otra serie de conocimientos y habilidades: poder conectar a los expertos entre sí, entender sus lenguajes aun si no se accede a la profundidad de cada campo, comunicar, construir consensos. Esto es lo que hace un generalista.

Un generalista es capaz de articular un equipo multidisciplinario, o de ver un problema desde diferentes perspectivas, entendiendo a la vez que no sabe lo suficiente de cada una de ellas. Logra esto porque, además de habilidades para colaborar con otros, sabe un poco de muchas cosas diferentes. No estamos hablando de un conocimiento fragmentado y superficial, sino de saber lo suficiente como para poder sostener una conversación seria en diversos temas, desde un lugar de cierta rigurosidad.

Y, si el pasado fue la época de los especialistas, a medida que muchas tareas se van automatizando y que los desafíos se vuelven más complejos y no tienen respuestas obvias, está llegando la venganza de los generalistas. Un radiólogo que solo analiza imágenes podría tal vez ser reemplazado por una IA, pero un médico que combina conocimientos de varios campos y, además, sabe comunicarse con sus colegas y sus pacientes, estará posiblemente mejor preparado para tomar decisiones clínicas complejas. Para tareas no muy demandantes, una empresa hoy puede utilizar herramientas de IA generativa para producir imágenes para las que hace unos años habría contratado a un diseñador gráfico. Ese diseñador hoy podría redefinirse si además entiende de arte, tecnología y mercados. Ante problemas complejos, que son multidimensionales y de bordes difusos, como podría ser adaptar las ciudades al cambio climático, es necesario contar con especialistas como ingenieros, economistas y políticos. Pero también hay que sumar generalistas que entiendan lo suficiente de urbanismo, movilidad, marcos normativos o sociología, como para poder definir el proyecto y lograr el consenso necesario entre expertos que no hablan el mismo idioma.

El perfil T

En los últimos años, se empezó a hablar mucho de un tercer perfil, una especie de híbrido que no es ni especialista ni generalista, o es en un punto un poco de ambos. Son los que tienen al menos un área en la que su conocimiento específico es bastante profundo, y también tienen la capacidad de ser amplios y conectar con otros. Estos son los que tienen habilidades en forma de T: la línea horizontal representa su amplitud y la capacidad de “hablar varios lenguajes”, de identificar patrones y establecer relaciones, mientras que la línea vertical se refiere al conocimiento específico en un área.

¿Qué tiene de particular alguien que es una T? Está claro qué lo diferencia de un especialista, porque tiene una visión muy amplia. Pero, si un generalista que es una línea horizontal aprende a usar herramientas como la IA generativa para profundizar en un campo específico, ¿eso lo vuelve T? Creo que no, aunque no tengo evidencias sobre esto. Mi argumento es que lo que diferencia a los perfiles T tiene mucho más que ver con el proceso que atravesaron para volverse expertos en algo, que con la disciplina de la que se trate.

Para saber algo a fondo, sea jugar al ajedrez, dirigir una orquesta, investigar la neurobiología de los calamares o levantar una pared de ladrillos perfecta, una persona pone en juego habilidades que le permiten un aprendizaje profundo. Necesita ser perseverante y resiliente, poder autogestionarse, ser capaz de sobreponerse a las dificultades sin frustrarse, poder cooperar con otros, tener la capacidad de mirar su propio aprendizaje y entender cómo fortalecerlo, y mucho más. Es ese proceso de volverse especialista el que, acompañado de una mirada generalista, es muy especial. Por eso, importa menos cuál es ese conocimiento que el hecho de que exista.

A veces, muy ocasionalmente, aparecen personas que parecen varias T, una al lado de la otra, o una especie de peine con varios dientes. Son los polímatas, especialistas que dominan varios campos de conocimiento, sin perder la amplitud que permite conectarlas y conectar con otros. Algunos ejemplos: Leonardo da Vinci, que fue pintor, ingeniero, anatomista, inventor y arquitecto o, más contemporáneo, Bertrand Russell, que se destacó como matemático, filósofo, y activista.

Algunas personas son más “línea vertical”, los especialistas puros. Otras, más “línea horizontal”, los generalistas. Por último, otras tienen un perfil “T”, esos anfibios que se mueven en ambos mundos. Cada perfil hace un aporte esencial en nuestra sociedad. Pero es en la conexión entre especialistas, generalistas y perfiles T donde realmente se generan ideas innovadoras y soluciones efectivas. En un mundo en constante cambio, con desafíos cada vez más complejos y multidisciplinarios, la clave no es solo qué sabemos, sino cómo lo vinculamos y con quién lo hacemos.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/economia/dedos-o-martillos-la-venganza-de-los-generalistas-nid23032025/

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