Educación, la reforma más perentoria
Pareciera que varias generaciones de argentinos ya nos hubiéramos acostumbrado a la dura realidad de nuestros jubilados, que se yergue ominosa para casi todos. La mayoría de quienes trabajaron de...
Pareciera que varias generaciones de argentinos ya nos hubiéramos acostumbrado a la dura realidad de nuestros jubilados, que se yergue ominosa para casi todos. La mayoría de quienes trabajaron dentro del sistema formal toda una vida no pueden sostener ni la más modesta economía por sí solos, mucho menos quienes no conocieron esas ventajas. Y el populismo de los últimos tiempos cargó aún más las tintas sumando paracaidistas sin años de aportes al festival de moratorias que solo agravó el fatal escenario, con una mayor expectativa de vida que también hace estragos.
Muchos de los hijos de aquellos adultos mayores a duras penas pueden con sus finanzas familiares, obligados a intentar ayudarlos en la medida de sus posibilidades. Los nietos, testigos también como sus padres, de años de planes asistenciales, con dificultad para conseguir trabajo digno, quedan atrapados o, cuando pueden, huyen en busca de mejores destinos. El futuro es también una amenaza para ellos.
Nuestro país suele ser citado como uno de los que presenta mayor carga fiscal del mundo en relación con el PBI. Como bien señala la activa ONG Lógica, urge despertar en cada ciudadano la conciencia fiscal no solo respecto del valor de cumplir con las obligaciones sino sobre la importancia de exigir los cambios que terminen con los excesos fiscales estructurales que impactan tan negativamente en nuestras vidas.
Un ciudadano que no produce o no trabaja en el mercado formal pagará impuestos indirectos como los que gravan el consumo de bienes y servicios, pero no tributará al fisco por sus ingresos salariales, por ejemplo. Obviamente, al carecer de un sueldo tampoco aportará a la caja previsional que, aun de manera tan insuficiente, derrama sobre los castigados jubilados.
Simplificando, una persona que no trabaja se vuelve una carga para todo el sistema en tanto no solo no gana para su sustento, sino que además no tributará proporcionalmente a sus ingresos y no podrá contribuir tampoco al sistema previsional.
Cuando en 2021comenzamos a hablar del llamado “efecto Toyota” sobre la productividad, luego de que esta empresa denunciara las dificultades que encontraba a la hora de emplear personal mínimamente calificado, apenas algunos comenzaron a entender la importancia de vincular la educación con el trabajo digno. Por entonces, el 17% de la población ocupada había completado el secundario y el 11,8% el primario. Sin embargo, el presente nos encuentra ocupados analizando sesudamente los detalles de dos imperiosas reformas que se vienen y que ningún analista serio discute: la laboral y la fiscal. Podrán darse desacuerdos sobre algunas cuestiones puntuales, pero por primera vez en mucho tiempo estamos más cerca de construir los consensos necesarios para que los cambios se efectivicen.
Modificar el régimen de empleabilidad, por ejemplo, tendría efectos inmediatos. Una modificación de las escalas en el régimen de retención del impuesto a las ganancias podrá incluso volverse retroactiva, eventualmente. Concretados los cambios en la letra, las reformas fiscal y laboral tendrán muchos efectos cuasi inmediatos.
El motor que hará girar la rueda cuando las referidas reformas estén aprobadas está asociado al trabajo y a la inversión productiva. ¿Cómo pensar en superar el efecto Toyota si no es con una profunda reforma educativa? Deserción, repitencia, dificultades para lectocomprensión, analfabetismo digital, capacitación docente y una larga lista de etcéteras cargadas de guarismos que abonan lo expuesto aguardan debido tratamiento.
No solo enfrentamos una gravísima falta de conciencia colectiva sobre la crítica situación educativa, sino que, como consecuencia, la sociedad se muestra distraída y poco dispuesta a encarar los profundos cambios que se imponen, con dirigentes y gremialistas del sector haciendo la vista gorda, listos para obstaculizar cualquier cambio. De hecho, ¿cuántos de nosotros hablamos hoy seriamente de un compromiso con la educación? Si hasta el tema quedó inicialmente fuera de los objetivos del Pacto de Mayo, sumado con tardanza, a las cansadas, para salir del apuro. Con apenas algún cimbronazo ante los fatídicos resultados de una evaluación Pisa o Aprender, damos vuelta la página rápidamente e incluso vemos cómo el nuevo presupuesto prevé recortar la inversión educativa que impone la ley sin que a nadie se le mueva el pizarrón. Hablan de “sinceramiento”. Y tienen razón.
Peor aún, a diferencia de muchos de los cambios en el sistema tributario o laboral cuyos efectos pueden ser rápidos, plantear nuevos lineamientos y proponer las herramientas para encarar la reforma educativa será solo el primer paso. Tendrá que pasar más de una generación de argentinos por las aulas para comprobar si se ha hecho lo correcto.
¿Cuál es entonces la más perentoria de las reformas para la transformación de la Argentina, estimados compatriotas? Exijamos la reforma educativa, sin más demoras.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/editoriales/educacion-la-reforma-mas-perentoria-nid14122025/