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El profeta del liberalismo iliberal

Igual que el año pasado, el presidente Milei tuvo un rol protagónico en el Foro de Davos. Fiel a su estilo, atrajo la atención de la prensa internacional urdiendo una frontera discursiva entre d...

Igual que el año pasado, el presidente Milei tuvo un rol protagónico en el Foro de Davos. Fiel a su estilo, atrajo la atención de la prensa internacional urdiendo una frontera discursiva entre dos bandos antagónicos con proyectos, valores y concepciones del mundo mutuamente excluyentes. El par dicotómico “personas de bien” vs. “casta” estuvo presente, por supuesto; pero esta vez el clivaje dominante giró en torno a una supuesta confrontación entre el legado del Occidente liberal y la cultura woke.

Es cierto que el pensamiento woke es profundamente autoritario. Aun si reivindica causas liberales como la diversidad, la inclusión y la igualdad de género, su matriz es francamente iliberal. Mientras que el liberalismo es una ideología universalista que apuesta por la tolerancia y el entendimiento mutuo, los wokes se alimentan de trazar divisiones que solo pueden dirimirse mediante una guerra total entre oprimidos y opresores. Para los liberales, la igualdad de estatus entre las personas le confiere a cada individuo un derecho sagrado a desplegar una identidad distintiva. Para los wokes, en cambio, las identidades derivadas de la pertenencia a un colectivo están por encima de la igualdad y los derechos. Al enemigo ni justicia.

Por pereza intelectual, culpa burguesa o cobardía, muchos liberales progresistas adoptaron como propia la cultura woke; otros simplemente dejaron que se impusiera como una nueva forma de pensamiento único, aterrorizados por la violencia simbólica que sus abanderados ejercen sobre los díscolos. Los escraches, las cancelaciones, las ejecuciones virtuales, los pedidos de juicio académico, las demandas de condena sin debido proceso y la construcción de cualquiera que exprese el más mínimo disenso como una escoria moral no son más que la versión aggiornada de las técnicas del terror que los totalitarismos del siglo XX utilizaron para silenciar a la sociedad civil. Pero el hecho de que los wokes hayan montado sus guillotinas sobre muchas de las grandes causas liberales no es una razón para que los liberales renunciemos a nuestros propios compromisos fundacionales.

Si por un momento el presidente Milei pudiera tomar distancia del dogmatismo paleolibertario y examinara objetivamente la rica tradición que dice representar, pronto descubriría que la apertura a nuevas formas de vida, la integración plena de las minorías y la lucha contra los prejuicios sociales que reducen sus oportunidades son la esencia misma de la sociedad abierta que los liberales soñamos. No es Marx, ni Derrida, ni Catherine MacKinnon. Es John Stuart Mill, uno de los mayores adalides del liberalismo, que, dicho sea de paso, se erigió como un acérrimo detractor de la tiranía de la corrección política propia de la sociedad victoriana.

Nada de lo anterior implica que los liberales tengamos que guardar silencio ante los intolerantes, claro está. El presidente Milei hace bien en recordarnos que los liberales alguna vez fuimos radicals, y que no tuvimos miedo de pelear contra los monarcas absolutos, los integrismos religiosos, los nazis y el colectivismo soviético. Pero el legado que pretende defender, junto a golpistas xenófobos como Trump, populistas rancios como Orban y los falangistas trasnochados de Vox no es la herencia del Occidente liberal que abreva en la Ilustración. Es un conservadurismo puro y duro, tan iliberal como la cultura woke. Frente a semejante conflagración tribal entre retrógrados y reaccionarios, los liberales solo podemos decir, una y mil veces “¡Viva la libertad!”.ß

Filósofo, politólogo y profesor de la Universidad de San Andrés

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-profeta-del-liberalismo-iliberal-nid30012025/

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