Brasil: fútbol, memoria, cine y dictadura
“Brasil es un país para sentir asco”. Celina Locks, modelo, nacida en Curitiba, lo dijo furiosa después de que su esposo, Ronaldo Nazario, “El Fenómeno”, no logró siquiera un aval para ...
“Brasil es un país para sentir asco”. Celina Locks, modelo, nacida en Curitiba, lo dijo furiosa después de que su esposo, Ronaldo Nazario, “El Fenómeno”, no logró siquiera un aval para postularse como presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF). El último lunes, apenas horas antes del partido contra Argentina, Ednaldo Rodrigues, candidato único, fue reelegido entonces para un segundo mandato con el cien por ciento de apoyo (27 Federaciones cuyos votos valen triple, más 20 clubes de la A y 20 de la B). Ednaldo comenzó mal. Anoche sufrió show argentino. Síndrome de 7-1. Ronaldo acusó al “sistema”. Pero es el mismo sistema, de votos y prebendas, que permitió a su amigo Ricardo Teixeira reinar cinco mandatos seguidos en la CBF, hasta que cayó por corrupción. Y que elevó luego como sucesor al vicepresidente José María Marín, pese a su pasado oscuro como diputado cómplice de una dictadura cuyo terror reflotó estas semanas Todavía estoy aquí, el hermoso filme de Walter Salles que los nostálgicos del golpismo pidieron boicotear. Es la película que acaba de ganar el primer Oscar en la historia del cine brasileño. Con liga local millonaria, pero selección en crisis, Brasil lo celebró como ganar un Mundial.
Buena parte de Todavía estoy aquí trascurre en 1970, el año del tricampeonato, cuando el fútbol era jogo bonito. Es el Mundial de México que fue usado políticamente por la dictadura del general Emilio Garrastazu Medici. La pelota que distrae pero que también alivia, como le sucedió a Mauro, el pibe de 12 años que se quedó solo, porque 1970 es El año que mis padres se fueron de vacaciones (film de 2006). No se fueron de vacaciones. Fueron secuestrados por la dictadura. Y Mauro se refugió en el Mundial de México. En Todavía estoy aquí no hay una sola referencia a México 70. Pero es Brasil. Y Marcelo, el hijo varón de la familia Paiva, se escapa de los seis oficiales del Ejército que toman su casa y se va a la playa para jugar al fútbol. Cuando Eunice, su madre, lo advierte, le da un papel para que se lo entregue a un vecino. Marcelo abre el papel y se entera, así, que su padre acaba de ser secuestrado por la dictadura (1964-85). Todavía no sabe que será un desaparecido. Que nunca más volverá a verlo. Ni siquiera muerto. Memoria incompleta.
El escape futbolero a la playa, omitido en la película, aparece narrado por Marcelo en su libro Feliz año viejo, base de Todavía estoy aquí, que trata el secuestro y desaparición de Rubens Paiva. Un filme deliberadamente lento, perturbador, sin sangre, sin un cadáver. Eunice, la madre de cinco hijos que se reconstruye y jamás deja de buscar a Rubens, se alivia cuando la democracia, veinticinco años después, le entrega un certificado de defunción de su marido. Ella es memoria nacional. Pero cuando empieza a conocerse la verdad sobre el asesinato de Rubens, Eunice comienza a sufrir olvido. El Alzheimer cruel. Su marido murió en plena sesión de tortura, apenas después de ser secuestrado, y fue arrojado a un río. “Tortura patrocinada por el Estado”, escribió Marcelo Paiva. Los asesinos, pese a una Ley de Amnistía en Brasil, podrían ser finalmente condenados si la Corte Suprema acepta ahora la reapertura de la causa.
Un documental de ESPN (Futebol nos Tempos do Condor) contó años atrás, entre muchas historias, que Edú, mejor goleador y figura del Campeonato Brasileño en 1969, no fue citado al Mundial 70 porque su hermano Nando, también futbolista, estudiante de Filosofía y alfabetizador, era vigilado por la dictadura, que lo arrestó en 1970. Ambos son hermanos de Zico, uno de los jugadores más fabulosos que tuvo Brasil. A Tostao, crack en México 70, la dictadura le prohibió que siguiera hablando de política, y a Pelé lo usó de marioneta. José María Marín defendía torturadores. Y el estadio Caio Martín, en las afueras de Río, era prisión clandestina. Allí jugaba Botafogo, actual campeón de la Libertadores y al que años atrás prestó dinero Walter Salles, millonario, fanático del club. Es el director de Todavía estoy aquí. A la caída de la dictadura ayudaron también Sócrates y su equipo campeón de la “Democracia Corintiana”, que eligió estar a tono con el tiempo que le tocó vivir (como nuestros clubes, que el lunes pasado, 24 de marzo, homenajearon a sus socios desaparecidos y dijeron “Nunca Más”).
La selección de Lionel Scaloni habla en la cancha. Anoche dijo “todavía estoy aquí”. Avisó que irá con hambre al Mundial 2026. Con su fútbol colectivo. Brasil sí habló en la previa. Dijo “paliza” y “racismo”. Su crisis no es solo de fútbol, También es de liderazgo. Seis años atrás, la selección dedicaba su victoria en la Copa América y posaba con el trofeo con el entonces presidente Jair Bolsonaro. Ayer, apenas unas horas antes del partido, Bolsonaro tuvo que sentarse en un banquillo ante la Corte Suprema de su país. Está acusado de haber promovido un golpe de Estado tras su derrota electoral. Puede terminar preso. Sin alegrías de su selección, Brasil es hoy un país que hace memoria a través de la justicia y del cine. Hace memoria porque “el olvido”, como dijo la periodista Juliana Dal Piva, investigadora del caso Rubens Paiva, “es el camino hacia la destrucción de la democracia”. Su selección, les dijo ayer Scaloni, atraviesa un momento difícil. Pero tiene cinco títulos mundiales. Tiene historia. Ya recuperará la memoria.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/deportes/futbol/brasil-futbol-memoria-cine-y-dictadura-nid26032025/